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Y al cantar esto movíase de tal modo, que parecía próximo a hacer salir de su quicio natural una parte de su dorso, mientras los hombres le arrojaban los sombreros a los pies, entusiasmados por esta danza infame, deshonra del sexo. Cuando el bailador volvió a su silla, sudoroso y pidiendo una copa como premio de su cansancio, se hizo un largo silencio. Aquí fartan mujeres...

Absorto en su alegría, nada acertaba a contestar Morsamor, cuando se vio cercado de multitud de gente, así del pueblo como de los mismos aventureros que militaban bajo sus órdenes. Entusiasmados todos por sus hazañas, le aclamaban por héroe, casi le adoraban como a un semidiós y le levantaban en hombros para llevarle en triunfo. En aquel bullicio y alborozo Urbási y Morsamor se separaron.

Palmoteaban unos, retorciéndose de risa por lo inesperado del espectáculo; gritaban otros, entusiasmados por el vigor y la rapidez con que saltaban los objetos del buque al mar; corrieron los camareros para dar aviso de estos desmanes, y apareció el mayordomo lanzando gritos y poniéndose con los brazos en cruz entre la borda y los tiradores.

En el interior de éste, los clérigos, al terminar el coro de la tarde, leían, a la verdosa claridad que se filtraba entre el follaje, los periódicos del campo carlista o comentaban entusiasmados las hazañas de Cabrera, mientras que en lo alto, indiferentes para las insignificancias humanas, revoloteaban las golondrinas en caprichosa contradanza, lanzando silbidos como si rayasen con su pico el cristal del cielo.

De Vuelta Grande a Dos Ríos había poco más de una legua. Los soldados cubanos, entusiasmados por las arengas que acababan de oír, a vuelo de caballo se ponen frente a los contrarios. En breves momentos el combate se generaliza; la atmósfera se preña de humo y olor a pólvora; el aire es épico.

Los faroles del alumbrado ostentaban una montera torcida como un gorro de dormir. Los golfos, entusiasmados por la novedad del espectáculo, hacían rodar grandes bolas de nieve, coronándolas con monigotes de su invención. Maltrana, con los pies helados y temblando de frío, vagaba por Madrid. Subió a la casa de un antiguo compañero para pedirle algo, aunque sólo fuese una peseta, y no le encontró.

¡Bravo, bravo! gritaron entusiasmados algunos. ¡Bien por Sandoval! ¡Bravo por el guante! añadieron otros. ¡Que nos arroje el guante! repitió Pecson desdeñoso, y ¿despues? Sandoval se quedó parado en medio de su triunfo, pero con la vivacidad propia de su raza y su sangre de orador se repuso al instante.

Era éste de condición tan desabrida y dura que su hija por no aguantarle se metió monja y su hijo le robó y huyó a Italia. Sus cuadros reflejaban su carácter: pintaba con extraordinario vigor, sin imitar a los que habiendo estado en Italia volvían entusiasmados con la gracia y la elegancia de las escuelas romana y florentina.

La autoridad de Miguel de Zuheros se restableció y fortaleció en cuantos quedaron con vida. Y aterrados unos por el castigo y entusiasmados otros por el valor y la serenidad que Morsamor y Tiburcio habían mostrado, resolvieron seguirlos sin más dudar ni vacilar, aunque los llevasen al mismo infierno. Honda tristeza abrumó el ánimo de Morsamor después de su triunfo.

Las velas dieron un parchazo furioso en los palos, y alguna se rasgó; El Dragón, como asombrado, dió un bote terrible, se inclinó hasta hundir la proa en el agua, se tendió al viento y se lanzó a la carrera. ¡Hurra! ¡Hurra! gritamos todos, entusiasmados. ¡Callaos! dijo el capitán.