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Aquella vida era sobrado activa para la cabeza del señorito, sobrado entumecida y sedentaria para su cuerpo; la sangre se le requemaba por falta de esparcimiento y ejercicio, la piel le pedía con mucha necesidad baños de aire y sol, duchas de lluvia, friegas de espinos y escajos, ¡plena inmersión en la atmósfera montés!

No le fue posible volver hasta las altas horas de la noche. Tomó del comedor algunos comestibles, pan, leche, pastas y subió de nuevo cautelosamente a su laboratorio. Abrió la puerta de la trastera, desató al chico, y amenazándole de nuevo con el cuchillo si daba una voz le quitó la mordaza. Le mandó comer. La infeliz criatura, entumecida, fría, aniquilada por el miedo, no pudo hacerlo.

Su padre, en pocas palabras, le explicó nuestro inesperado encuentro y mi hospitalidad; entonces ella me sonrió dulcemente y pronunció algunas palabras de agradecimiento. Debe haber sido el intenso frío, me parece añadió. Me sentí de pronto entumecida, mi cabeza empezó a girar y no pude tenerme en pie. Pero realmente es mucha bondad en usted.

La tierra fungosa se descarnaba como los huesos de Job; sobre la sierra se dejaba arrastrar por el viento perezoso, la niebla lenta y desmayada, semejante a un penacho de pluma gris; y toda la campiña entumecida, desnuda, se extendía a lo lejos, inmóvil como el cadáver de un náufrago que chorrea el agua de las olas que le arrojaron a la orilla.

Excitado por la murmuración, don Benigno bebió algunos vasos más de los acostumbrados, y el capellán no quiso quedarse atrás. Cuando los tertulios salieron de la tienda formando la clásica cadena, don Segis advirtió con satisfacción que la pierna entumecida le pesaba menos, y se lo hizo observar a don Benigno, que le dió por ello la enhorabuena.

El amor era como la primavera que vivifica los troncos aletargados por el invierno, cubriéndolos de flores. ¡Que ella dijera , y vería al instante el milagro, la resurrección de su vida entumecida; el despertar de su alma a la vida del amor! ¿Y la mujer? ¿y los hijos? preguntó Leonora brutalmente, como si le quisiera despertar con este recuerdo, cruel como un latigazo.

Estaba entumecida por su larga inmovilidad; necesitaba, como todos los que se consideran dichosos, prolongar el goce de su triunfo con un largo paseo. Bajó la escalinata exterior apoyada en un brazo de Miguel. Pasaron entre los cocheros y los escasos chófers que formaban grupos esperando á sus patrones y clientes.

Toda esta inmensa y heterogénea turba se levanta por la mañana, entumecida y macilenta, y al sentir el ruido cercano de los coches que circulan por las calles opulentas, recuerda que es en medio de su bullicio donde puede encontrar las limosnas y los desperdicios de la sociedad, ó la fácil explotación del orgullo, de los vicios ó la credulidad de los que se tienen por dichosos.