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Decía yo que por el postigo, aun entreabierto, entráronse empujándole, y espada en mano, mi padre y su primo Francisco de Rivalta; y como el aposento estuviese oscuro, Rivalta abrió una linterna que a prevención llevaba, y encontráronse con que, hecha una estatua a causa del espanto, estaba a poca distancia del postigo Lisarda, y junto a ella, con la espada en la mano, y mirando a aquella mala mujer, todo asombro, a don Baltasar de Peralta.

La obra era magna, había costado mucho y preciso era que los autores se cobrasen, presenciando por completo la alegre sorpresa de su madre... Llegó el ansiado día, y ocultando Lilí bajo su capita de pieles el magnífico regalo, entráronse ambos niños a hurtadillas en el estudio de su madre: allí solía venir ella todos los días antes de almorzar, bastante después de las doce, y era la ocasión más a propósito para darle la sorpresa.

¿Llevamos cinco, verdad? preguntó Leocadia. : mañana toca el sexto. Entráronse en seguida ellas, cada cual en su cuarto, y Tirso se quedó leyendo en el breviario. Pepe aguardó a que se recogieran las mujeres y luego volvió al comedor, resuelto a tener una explicación con su hermano.

Si yo fuera solo... ¿Reñiremos? ¿No sabe usted que esta noche el juego sólo puede producir?... ¡Nos fue tan mal la otra noche! ¿Quiere usted más billetes? No me han dejado más que seis. Envíe usted a casa por los efectos que he dicho. Yo conozco... por ... pero aquí pueden oírnos; entre usted en ese gabinete. Entráronse, y se cerró la puerta tras de ellos.

Entráronse resueltamente por otra galería, y abierta una puerta de hierro, se asustaron todos, menos la guardiana, viendo en torno suyo vasta extensión de agua, una especie de lago subterráneo. Ellos estaban sobre angosta tabla echada a manera de puente a lo ancho del depósito. Aquellas aguas, tendidas en su tumba de piedra, tenían quietud y limpidez lúgubre.

Entráronse todos por ella, subieron la estrecha y antigua escalera, y en una sala no muy espaciosa hallaron la mesa puesta. Sentáronse presto y dio comienzo el festín. Estaban bien apretados, porque eran más de veinte los comensales, casi todos clérigos, y la mesa no daba comodidad para más de doce o catorce. Se comió y bebió gallardamente.

Los dos infantes, causa imprudente de la atroz pelea, eran don Pedro el uno, del Rey primo, y su tio don Juan el otro era; entráronse talando á sangre y fuego la peligrosa granadina tierra, y allí los dos infantes se quedaron la muerte hallando en su insensata empresa.

Súpose este cuento por toda la ciudad, y hasta los muchachos le señalaban con el dedo y contaban su credulidad y mi embuste. Esto contó la gitana vieja, y esto dio por excusa para no ir a Sevilla. Los gitanos determinaron de torcer el camino a mano izquierda. Dejaron, pues, a Extremadura y entráronse en la Mancha, y poco a poco fueron caminando al reino de Murcia.