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De aquí que no se sorprendiera maldita la cosa al observar que mientras un orador de mala facha y peor estilo se desgañitaba echando pestes por la boca, manoteando sobre el banco delantero y tragando vasos de naranjada, entre consulta y repaso a sus apuntes, los poquísimos diputados que quedaban en el salón se entretuviesen en hacer pajaritas de papel, en despachar su correspondencia o en chupar los caramelos del presidente; dulzuras de que provee a este personaje abundosamente el Estado, teniendo en cuenta, quizá, que para soportar la amargura de ciertas horas, no basta un muelle sitial de terciopelo, por muy elevado que se ponga.

Como llegué á las galeras, envié un soldado que fuese á nado al fuerte para que diese aviso que yo estaba allí, y escribí al Contador Juan del Arcón que hablase á los capitanes y de mi parte les dijese que yo estaba en las galeras y que les rogaba se entretuviesen sin rendirse hasta que yo fuese, que lo haría en cresciendo la mar; y aunque es bien verdad que era imposible tenerse el fuerte y dejarse de perder aquel día ó el otro á más tardar, tengo con mucha razón queja de algunos capitanes que, no observando mi orden y sin darme parte, ni á algunos de los capitanes que estaban en el fuerte, no solamente eligieron y nombraron por Gobernador para que rindiese el fuerte al Capitán Rodrigo Zapata, que al presente está en esta corte, y él lo aceptó, pero aun por su orden, como paresce por unos carteles que el Capitán Juan de Zayas le ha puesto.

Estando en esto, para acabar de regocijar la fiesta y dar buen fin a la comida, veis aquí donde entró por la sala el paje que llevó las cartas y presentes a Teresa Panza, mujer del gobernador Sancho Panza, de cuya llegada recibieron gran contento los duques, deseosos de saber lo que le había sucedido en su viaje; y, preguntándoselo, respondió el paje que no lo podía decir tan en público ni con breves palabras: que sus excelencias fuesen servidos de dejarlo para a solas, y que entretanto se entretuviesen con aquellas cartas.

Aquella tarde sacaron a pasear a don Quijote, no armado, sino de rúa, vestido un balandrán de paño leonado, que pudiera hacer sudar en aquel tiempo al mismo yelo. Ordenaron con sus criados que entretuviesen a Sancho de modo que no le dejasen salir de casa. Iba don Quijote, no sobre Rocinante, sino sobre un gran macho de paso llano, y muy bien aderezado. Pusiéronle el balandrán, y en las espaldas, sin que lo viese, le cosieron un pargamino, donde le escribieron con letras grandes: