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Estuvieron cerca de venir á las manos, porque no falta entre tantos quien gusta de revolver, por hacer daño al enemigo, ó acreditarse con el amigo. Esforzaban entrambas las partes su pretension con razones muy bien fundadas.

Merced al desorden que este nuevo lance produjo en el duelo, la viuda logró alcanzar con las uñas el pelo de su adversaria; zarandeóla un rato á su gusto, gritaron entrambas con horribles imprecaciones, terciaron los hombres en el asunto, hubo diferencias entre ellos, sacudiéronse el polvo algunos; y en pocos instantes aquella mugrienta habitación se transformó en un campo de batalla, verdaderamente aterradora; batalla que hubiera costado mucha sangre, á no presentarse en la sala, muy á tiempo, el Alcalde de mar.

Las dos mujeres callaron, consternada y atónita la joven, aburrida la vieja. Como había pasado algún tiempo desde su llegada al término de la caverna, los ojos de entrambas comenzaron a distinguir confusamente la silueta del gran disco de madera, que trazaba figura semejante a las extrañas aberraciones ópticas de la retina cuando cerramos los ojos deslumbrados por una luz muy viva.

Quiso la suerte que su sobrina y el ama oyeron la plática de los tres; y, así como se fueron, se entraron entrambas con don Quijote, y la sobrina le dijo: ¿Qué es esto, señor tío? ¿Ahora que pensábamos nosotras que vuestra merced volvía a reducirse en su casa, y pasar en ella una vida quieta y honrada, se quiere meter en nuevos laberintos, haciéndose

Habíase diferido esto por las enemistades de Entenza, y Rocafort, que estaban aun tan vivas, que no se osaban mover de sus alojamientos, ni juntarse por el recelo que se tenia que entrambas las dos parcialidades no llegasen á rompimiento: tanto pueden disgustos é intereses particulares, que impiden el remedio comun y quieren mas perecer con ellos, que vivir cediendo de su locas y vanas pretensiones.

El blondo caballero se estremece levemente, alza un poco la cabeza de la almohada, aspira el aire con fuerza por entrambas narices, tira hacia por la ropa que le cubre y se oculta otra vez en la almohada, dejando escapar de su garganta un débil y prolongado ronquido.

Tras esto, alzó la camisa lo mejor que pudo y echó al aire entrambas posaderas, que no eran muy pequeñas.

Cuenta, pues, la historia, que Sancho no durmió aquella siesta, sino que, por cumplir su palabra, vino en comiendo a ver a la duquesa; la cual, con el gusto que tenía de oírle, le hizo sentar junto a en una silla baja, aunque Sancho, de puro bien criado, no quería sentarse; pero la duquesa le dijo que se sentase como gobernador y hablase como escudero, puesto que por entrambas cosas merecía el mismo escaño del Cid Ruy Díaz Campeador.