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Recordaba perfectamente las pocas veces que de novio se había enfadado con ella y la ninguna razón que le asistía en casi todas. ¡Gertrudis tenía un genio tan apacible y un carácter tan débil! Siempre concluía por hacerla llorar. La veía el día de su matrimonio, vestida con su traje de raso negro (estaba aún de luto por su padre el marqués de Revollar), sobre el cual la blancura de su tez y el oro de sus cabellos resaltaban de un modo deslumbrador. Cierto personaje de Madrid que había asistido a la boda, le dijo llevándole a un rincón de la sala: «Elorza, se casa usted con una de las mujeres más hermosas de España; se lo digo yo, que he visto muchas en mi vidaEl mismo día se habían ido a viajar por los países extranjeros. Recordaba, como si aun la estuviese sintiendo, la impresión embriagadora, inefable, tal vez la más dulce y dichosa de la existencia, que le produjo el hallarse repentinamente a solas con su amada, cuando el cochero dio un latigazo a los caballos y oyeron los adioses de los deudos y amigos que los despedían a la puerta del palacio de Revollar. Todas las peripecias encantadoras de aquel viaje estaban clavadas en la memoria del señor de Elorza. Después, recordaba la extraña sensación de placer y sobresalto que experimentó al tener el primer hijo y la impresión deliciosamente cruel que su mujer le causó teniéndole fuertemente asido, sin querer soltarle, en aquellos momentos de angustia. Pero ¡ay!, al poco tiempo la pobre Gertrudis se puso enferma y nunca más volvió a recobrar una salud perfecta. A pesar de esto jamás se había entibiado su amor.

Castelar, ministro. El buen Relimpio, en quien no se había entibiado ni un punto la noble simpatía que por su ahijada sentía, se va a vivir con ella, la sirve en todo lo que puede y la acompaña cuando está sola y aburrida. Recuerda el noble anciano a su esposa, y honrando la memoria de sus cualidades, deja escapar melancólicos suspirillos. Diciembre. Castelar reorganiza el Ejército.

El fuego que le animó un tiempo, y que aún no estaba extinguido sino entibiado, no era de esas llamaradas que toman cuerpo rápidamente, brillan y se apagan al punto, sino una llama intensa y rojiza, como la de un hierro candente.

Porque en las raras ocasiones en que se había entibiado para él el favor de su majestad, si bien es cierto que nunca el rey le había hecho hacer antesala ó antecámara, le había hecho hacer cámara. Tomólo primero su orgullo á casualidad: pero pasó un cuarto de hora, y esto era ya mucho; pasó media hora, y esto era ya demasiado.

Para su conservacion y aumento, se necesita mucho tino y pulso, porque la real hacienda no se halla en estado de gastos, y la multitud de informes y papeles remitidos á la Corte, han entibiado aquel primer fervor con que se promovió, borrando en el real ánimo sus fundamentos y causas, y si ahora no se procura sostener, todo es perdido.

¿Cómo era posible que Zakunine se dejara dirigir tales reproches? ¿Sus correligionarios le acusaban sin razón, o en realidad su celo se había entibiado? ¿Y en tal caso, cómo y por qué aquel obstinado rebelde había podido apartarse del propósito de su vida?

Pepita y Luis siguen el opuesto parecer y yo los aplaudo con toda el alma. Todo lo van mejorando y hermoseando para hacer de este retiro su edén. No imagines, sin embargo, que la afición de Luis y Pepita al bienestar material haya entibiado en ellos en lo más mínimo el sentimiento religioso.

La masa líquida que parece helada, es nieve apenas fundida que no se ha entibiado todavía absorbiendo abundante aire; conserva toda la crudeza primera, y su color, de un azul fuerte, tiene yo no qué de hostil. Se tiembla anticipadamente, no sólo de frío, sino también de deseo, y para calmar el cansancio de la marcha nos arrojamos voluptuosamente en el agua helada.