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Ese trabajo exterminador, ese suicidio de fecundidad, si nos place aceptarlo en interés del género humano, en conciencia no podemos querer perder por causa suya nuestros hijos y enterrarlos con nosotros. Y, sin embargo, es lo que sucede. Nacen dispuestos para el caso, pues tienen inoculadas nuestras artes en la sangre, y también nuestro cansancio.

Desde luego, los hombres que siguen viviendo después de muertos siguen siendo capaces de hacer bienes y males pues esto es la característica de la vida y estando ya fuera del alcance de los medios defensivos y represivos, no quedaba más remedio inmediato que encerrarlos bajo la tierra, clavados por el centro del pecho con una sólida estaca o asegurados con una piedra pesada sobre la fosa, para que no pudieran salir a molestar a los vivos con sus rencores insaciados o sus venganzas pendientes, que fue el lejano origen de los mausoleos modernos, según Grant Allen, o, finalmente, enterrarlos "en sagrado" y hartarlos de responsos, misas, novenas y rosarios, para que el ánima del muerto no salga en fantasma errante a penar por este mundo, hambrienta de oraciones de sus deudos, amigos y conocidos, para conseguir indulgencias en el otro.

Y los pobres, que forman la mayoría, contándose entre ellos no pocos que han sido ministros de Ultramar, me atrevo á sostener que no han tomado un céntimo de peseta al hacerse el reparto de los doscientos millones de pesos fuertes. A algunos, cuyos nombres pudiera citar y á quienes traté y visité hasta que murieron, fue menester venderles los libros y las ropas para poder enterrarlos.

Los que morían dejaban una cama libre á los otros que iban llegando. Desnoyers vió cestos que goteaban, llenos de carne informe: piltrafas, huesos rotos, miembros enteros. Los portadores de estos residuos iban al fondo de su parque para enterrarlos en una plazoleta que era el lugar favorito de las lecturas de Chichí.

Mandó Orellana, antes de abandonar la villa de Puno, clavar todos los cañones, y enterrarlos en profundos pozos, así porque no tenian arbitrio ni comodidad para retirarlos por la falta de mulas, como para evitar se apoderasen de ellos los rebeldes.

El cura de la villa, continuando su errada doctrina, recibió de D. Jacinto Rodriguez una barra de plata, cuyo valor ascendia á cerca de 2,000 pesos, y una mancerina de oro que le remitió de las robadas, para que celebrase los sufragios á los europeos asesinados en el tumulto, contentándose con enterrarlos á todos juntos en un hoyo, y aplicarles algunas misas.