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El resultado de los manifiestos al público es contraproducente, ó cuando menos nulo, en estos dos principales casos: primero, cuando el manifestante no tiene razón ó el público no quiere que la tenga; y segundo, cuando el manifestante tiene malas explicaderas, ó el público tiene entendederas no mejores.

Y no se me diga que no bien nos lancemos a hablar, en la antigua metrópoli y en todas las repúblicas, sus hijas, dieciocho lenguas nuevas, desaparecerá la esterilidad de nuestro ingenio, se nos aclararán las entendederas, y en vez de cuatro o cinco autores que escriban cosas de gusto y de provecho, tendremos cuatrocientos o quinientos.

En un país muy extraño vivió hace mucho tiempo un campesino que tenía tres hijos: Pedro, Pablo y Juancito. Pedro era gordo y grande, de cara colorada, y de pocas entendederas; Pablo era canijo y paliducho, lleno de envidias y de celos; Juancito era lindo como una mujer, y más ligero que un resorte, pero tan chiquitín que se podía esconder en una bota de su padre. Nadie le decía Juan, sino Meñique.

Todo iba bien a la mañana siguiente: Don Frasquito mejorando de hora en hora, y con las entendederas en estado de mediana claridad; Doña Paca contenta; la casa bien provista de vituallas; aquel día y el próximo asegurados, por lo cual la pobre Benina podría descansar de su penosa postulación en San Sebastián.

El creyente de una religión puede creerla toda entera, pero sólo podrá entender la parte correspondiente a sus entendederas, y sólo ésta entrará a ser componente substancial de su espíritu, y se traducirá en sus acciones, quedando lo demás en calidad de simple inquilino verbal, en palabras recitables, pero irrealizables.

Ya no queda más que un enigma. ¿En qué piensas y no pienso yo? ¿qué es lo que yo pienso, y no piensas? ¿qué es lo que no pensamos ni ni yo? Meñique bajó la cabeza como el que duda, y se le veía en la cara el miedo de perder. Amo dijo el gigante; si no adivinas el enigma, no te calientes las entendederas. Hazme una seña, y cargo con la princesa.

Por fin... ¿qué? preguntole la otra con cara de pascua, al ver lo indefinible de la de su amiga. Que se decidió... eso. Y ¿cuál es eso? ¡Jesús, y qué torpe estás hoy de entendederas! ¿Qué ha de ser eso más que... lo de Gonzalo? ¡Lo de Gonzalo! Y ¿qué le pasa a Gonzalo, hija mía? ¡Caramba con la chica ésta!... Que me caso con él. ¿Lo entiendes ahora?

No hay manera de convencerla de su error. Digo error, porque yo hube de comprobar la certidumbre de la historia que antes referí; hay testigos fidedignos que la acreditan. Pero la Juana es obstinada y de cortas entendederas. Y vamos al grano. El furor de Juana contra Belarmino, siempre que se irritaba, y el motivo que la hacía irritarse tan a menudo, derivábanse de la existencia de esa niña.

Solamente en tus entendederas, que son tan romas como tus narices, cabe el haber creído que una representación era una realidad. ¡Representación! repuso Momo . Siempre dices que aquello era fingido.

Pero ¡cuánto sabía de toda la escala entera y verdadera, y de aquellos montes y de otros tales, y con qué respeto le oían los dos mozos que, como cazadores, tanto se crecían a mi lado, y con qué gusto le oía y le contemplaba yo a ese propósito... y otros muchos, para los que no tenían ojos ni oídos las rudas entendederas de Chisco y su camarada!