United States or Falkland Islands ? Vote for the TOP Country of the Week !


Parecíase a Sabel, y aún se le aventajaba en la claridad y alegría de sus ojos celestes, en lo abundante del pelo ensortijado, y especialmente en el correcto diseño de las facciones. Sus manitas, morenas y hoyosas, se tendían hacia el vino color de topacio; el marqués se lo acercó a la boca, divirtiéndose un rato en quitárselo cuando ya el rapaz creía ser dueño de él.

Los brazos cubiertos de vello negro ensortijado, lo mismo que el pecho alto y fuerte, parecían de un atleta. El Magistral miraba con tristeza sus músculos de acero, de una fuerza inútil. Era muy blanco y fino el cutis, que una emoción cualquiera teñía de color de rosa. Por consejo de don Robustiano, el médico, De Pas hacía gimnasia con pesos de muchas libras; era un Hércules.

Más de una volvió la cara para seguir con la vista al mancebo de cabello ensortijado y ojos altivos. Cuando dió vista á Oviedo eran bien sonadas las diez de la mañana. ¡Cómo latió su corazón al contemplar por vez primera aquella ciudad que guardaba el más caro tesoro de su existencia!

Tendía ansiosamente las manos, y Perucho, comprendiendo la orden, acercaba la cabeza cerrando los párpados; entonces la pequeña saciaba su anhelo, tirando a su sabor del pelo ensortijado, metiendo los dedos de punta por boca, orejas y nariz, todo acompañado del mismo gorjeo, y entreverado con chillidos de alegría cuando, por ejemplo, acertaba con el agujero de la oreja.

Facundo, porque así lo llamaron largo tiempo los pueblos del interior, el general don Facundo Quiroga, el excelentísimo brigadier general don Juan Facundo Quiroga, todo eso vino después, cuando la sociedad lo recibió en su seno y la victoria lo hubo coronado de laureles; Facundo, pues, era de estatura baja y fornido; sus anchas espaldas sostenían sobre un cuello corto una cabeza bien formada, cubierta de pelo espesísimo, negro y ensortijado.

Era delicado, con las manos finas, la piel lustrosa, de un moreno pálido, los ojos grandes y dulces, tal vez en demasía para un hombre, y una dentadura igual y nítida, sin esa agudeza saliente que revela el instinto de la presa. El bigote, ensortijado con cierta arrogancia, era la única herencia física de sus belicosos antecesores.

Era rubia, de ojos azules, ensortijado el pelo; estaba en camisita y traía en la mano la pelota. Luis, Genoveva y Damián, cayeron de bruces sobre la mesa... Casilda, loca de espanto, se tiró al suelo de rodillas, cubriéndose el rostro con las manos y gritando: ¡Perdón, Señor! La niña retrocedió asustada, tiró al huir la lamparilla derramando el aceite, y se metió en la cama muertecita de miedo.

Yo hasta entonces había visto siempre ante mis ventanas otras dos en las que de vez en cuando aparecía el rostro avinagrado de una vieja fea y gruñona, verdadero tipo de clásica dueña española que parecía vivir sin otra compañía que un perro tan asqueroso como ella; por lo menos nunca vi asomarse a las ventanas, exceptuando a la vieja, otro ser viviente que aquel animalito, el cual, cuando por casualidad su dueña abría la ventana, corría a poner las patas sobre el alféizar y me miraba con ojos curiosos al través de su pelaje ensortijado por el fango.

A pie van también la chula y su amante, ella orgullosa, él celoso, haciendo ambos mutua ostentación de sus personas: el mozo con calzado de lo fino, pantalón ajustado, pavero y chaquetilla de pana: la chica con el cabello ensortijado, un peinecillo en cada rizo, pañuelo de seda caído sobre la espalda porque no oculte lo primoroso del peinado, y sobre los hombros el gran mantón de Manila que se empeña en los apuros, y por entre cuyos largos flecos asoman a cada paso su graciosísimo andar los bajos limpios y los pies chicos.

Representaba cuatro o cinco años, estaba en pie, sin más traje que una camisilla muy almidonada, tenía tras la cabeza un sol de metal blanco, la mano derecha extendida con el índice y el dedo de corazón muy tiesos, como bendiciendo a las gentes, y en la izquierda sostenía un globo azul salpicado de estrellas: el pelo rubio, muy ensortijado, los ojos intensamente azules, sin vida ni expresión, semejaban enormes cuentas de vidrio, las pestañas recias y mal puestas, como cerdas, la boca una mancha abermellonada, y las carnes tan sonrosadas, tirando a rojizas, que parecían de muñeco para estudio anatómico; toda la figura, en fin, exenta de la divina gracia y dulce poesía que debiera tener.