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Don Pedro chupaba también con ensañamiento su cigarro y rumiaba las palabras del médico, que por extraño caso, atendida la diferencia entre un pensamiento relleno de ciencia novísima y otro virgen hasta de lectura, conformaban en todo con su sentir. También el hidalgo rancio pensaba que la mujer debe ser principalmente muy apta para la propagación de la especie. Lo contrario le parecía un crimen.

La cortesanía del gobernador de Madrid, señor Moreno Benítez, proporcionóles horas después mejor alojamiento en el Gobierno civil; mas fuese pérfida intriga de los amigos o cruel ensañamiento de los contrarios, es lo cierto que los tres compadres, Jacobo, Butrón y Pulido, quedaron presos en el Saladero, pasando entre temores y sobresaltos todo el día 29 y también el 30, hasta que en la madrugada de este, muy cerca ya del alba, abriéronse ante ellos las puertas de su prisión, para cerrarse ante sus ojos la puerta de sus esperanzas... A las nueve y cuarto de aquella misma noche, hundido para siempre el Gobierno de la Revolución, había quedado investido de todos los poderes el capitán general de Madrid, don Fernando Primo de Rivera, y puestos al punto en libertad los prohombres alfonsinos detenidos en el Gobierno civil, apresurándose a nombrar un ministerio-regencia, del cual formaban parte el Gallego y el Laguna, quedando excluidos, por supuesto, el joven Telémaco y el respetable Mentor .

Todo ello, expuesto así tan desnudo, resulta cursi, y hasta el detenerme yo a declarar que lo es, pues por sabido debiera callarse; pero de algún modo ha de saberse que otros toques, más cursis aún para referidos, como lo de las condiciones que necesitaba él en una mujer para salir de su escondite, y lo de las prendas de que había de estar adornado un hombre para que yo me decidiera a quererle, etc., etc., ya se habían dado en el cuadro con toda la premeditación y hasta el ensañamiento y la alevosía que caben en un galán muy listo y escarmentado, y en una dama no tonta y menos dispuesta a perder el tiempo en juegos insulsos.

La pureza de su alma, la bondad de su corazón le impidieron caer en los aborrecibles defectos de la gente mojigata. No gustaba de murmuraciones ni de chismes, y jamás tomó parte á favor ni en contra de las distintas camarillas que se disputaban con ensañamiento el predominio de la sacristía.

Si en esta vigilancia decaía un punto, el castigo venía inmediatamente; pero no el castigo como quiera, el golpe pasajero, el estirón de orejas; no. El castigo era meditado con ensañamiento, procurando herir donde más doliera y donde más durase el dolor.... Los vecinos habían acudido más de una vez a los lamentos de la infeliz criatura; habían increpado a la madre desnaturalizada.

Una sola consideración la inclinaba a creerla fundada: en lo que Tirso la había dicho, formaban un conjunto tan homogéneo las maldades, estaban tan enlazadas unas con otras las infamias, era todo tan verosímil dentro de lo malvado, que parecía imposible suponerlo invención calumniosa: no había, no podía haber imaginación tan dañina que lo fraguase y dispusiera con aquel ensañamiento.

Pero la atención de todos se apartó de este ensañamiento de la bestia, para fijarse en Gallardo, que atravesaba la plaza con menudo paso, cimbreante el talle, en una mano la plegada muleta y moviendo con la otra la espada cual si fuese un bastoncillo. Todo el público del sol aplaudió, agradecido por esta aproximación del espada.

Todo se le tornaba contrario; y él mismo se comparaba al infelice Laoconte sofocado por la serpiente. ¿Por qué, por qué? ¡oh cielos! exclamaba a veces, dirigiendo la mirada hacia lo alto, como si protestara contra el ensañamiento de la divinidad.

Nada arrastra tanto como el ejemplo de un príncipe, capaz por solo de salvar o perder a una sociedad entera, y la severa repulsa dada a Currita en Palacio, justa en medio de su severidad, que si de algo pecaba era sólo de tardía, había de arrastrar sin duda a Madrid entero, derrumbando a la ilustre dama desde la altura de su gloria, con todo el estrépito de los grandes escándalos, con todo el ensañamiento con que del árbol caído se apresuran todos a sacar leña.

¡Demonio, esta es verdaderamente horrible! Julia se echó a reír diciendo: En Sevilla las llaman «las tres circunstancias agravantes.» A la primera Premeditación, a la tercera Alevosía, y a la segunda Ensañamiento, por orden de fealdad. Tiene gracia... Cualquier día me voy a Sevilla por una de ellas. ¿Y son esas las primas de que me hablabas?