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Todo el distrito miraba como una bandera sagrada aquel corpachón bronceado, musculoso, que arbolaba en su parte superior unos enormes mostachos en los cuales comenzaban a brillar muchas canas. Don Ramón: debía usted quitarse esos bigotes le decían los curas amigos con acento de cariñoso reproche. Parece usted el propio Víctor Manuel, el carcelero del Papa.

Enormes calderos de manteca blanca como espuma ocupaban un extremo del mostrador, y era bonito ver resbalando por aquellas blanduras de grasa las esmeraldas y los diamantes clavados en los dedos de Nazaria.

Canterac reía de él por lo bajo, afirmando que había frotado largamente sus sortijas, su cadena de reloj y hasta los gemelos de sus puños, antes de salir del bengalow, para deslumbrarlos á todos con su brillo. Una noche se presentó Pirovani vistiendo un traje de colores detonantes que acababa de recibir de Bahía Blanca, y con un manojo de rosas enormes.

Sus aguas son surcadas de contínuo por frágiles embarcaciones que transportan los productos de unas á otras islas, sosteniendo un activo tráfico de cabotaje, que reuniendo las mercancías en los puertos de Cebú, Ilo-Ilo y otros menos importantes, los ponen en condiciones de abastecer el gran mercado del Archipiélago, Manila, y exportar directamente al exterior enormes cantidades de azúcar, café, cacao, abacá, tabaco y otra infinidad de productos que por su bondad son tenidos en grande estima.

Vamos, lo que quieres es emborracharme, ¿eh? le dije con sonrisa protectora . ¡Qué chasco te llevas, hija! A no ha conseguido emborracharme nadie jamás. Prepara el Guadalquivir de manzanilla si deseas verme ajumado. Matilde, deja a ese maleta... ¡Si es un gallego! dijo a la sazón la tía pescueza de las manos amorcilladas, que no me perdonaba el mostrarme insensible a sus enormes glándulas.

Las tintas rabiosas de los trajes de la huerta, las blancas manchas de los grupos en mangas de camisa, los pantalones rojos de los soldados, los enormes quitasoles de seda granate que parecían robados de una antigua sacristía, los gigantescos abanicos de papel moviéndose con incesante aleteo, las botas de vino que a cada instante se alzaban oblicuamente sobre las cabezas, los gritos, las protestas porque se hacía tarde, todo daba a aquella parte de la plaza un aspecto de locura orgiástica, de brutalidad jocosa.

La gran escalinata estaba iluminada con luz eléctrica: el vestíbulo y el comedor con gas: los salones de baile con bujías. En la sala de conversación y en la de juego había algunas lámparas de petróleo con enormes y artísticas pantallas. En éstas ardía además un fuego claro y brillante en las chimeneas. Clementina recibía a los invitados en el primer salón, cerca de la antesala.

Entretanto, la ventera y una buena moza que la ayudaba habían colocado sobre la maciza mesa de encina los apetitosos platos que formaban la cena de Simón, acompañados de algunas enormes rebanadas de plan blanco.

Hasta los lagos quedaron sepultados: el hielo de su superficie tiene encima enormes capas de nieve, y á veces no se sabe encontrar el sitio de sus cuencas. Si acaso, alguna hendidura permite ver en el fondo de un abismo la superficie del lago, tranquila, negra, sin su reflejo: parece un pozo, una sima sin fondo.

Pasó el Goethe por entre buques tan enormes como él, trasatlánticos que iban con rumbo a Europa o a los puertos del Pacífico, y sólo anclaban unas horas, cerca de la embocadura, para salir inmediatamente. Sus luces rojas, verdes y blancas reflejábanse con violento serpenteo en las aguas removidas por el paso continuo de lanchas y remolcadores.