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El rio corre por un lecho profundo y sumamente pedregoso, y las dos vias, talladas ámbas en la roca viva á alturas muy considerables y sostenidas por enormes baluartes, dominan donde quiera un abismo y están dominadas por las moles paralelas de los altos cerros, de formacion caliza, granítica y de arenisca petrificada en partes, y en otras compuestos de aglomeraciones esquistosas.

Su rico compatriota el vasco, orgulloso de sus prados infinitos y de sus ovejas enormes como mastines, se complacía en decir á algún vagabundo que pasaba junto á su propiedad: Si llegas á cargarte esa oveja, te la regalo. Pero el hombre, después de grandes esfuerzos, no lograba echarse á la espalda el pesado animal. Cuando recibía á algún huésped, lo obsequiaba con un pavo puesto en el asador.

Puedo afirmar que hoy la capital de Colombia tiene seguramente más de 100.000. Me ha bastado ver las enormes masas de gente aglomerada con motivo de festividades religiosas o civiles, para fijar el número que avanzo como mínimum. Pero, como he dicho, la ciudad no se extiende a medida que la población acrece, lo que empeora gravemente las condiciones higiénicas.

De las primeras no llevaban los dos montañeses más que las escopetonas y unos cuchillos enormes, cuyas empuñaduras, de asta de ciervo, asomaban por encima de los ceñidores de sus cinturas.

Un espectáculo fantástico, Ojeda... Al principio sólo se siente frío en los pies; luego sube y sube el maldito entre el pantalón y la pierna, y a los pocos momentos cree uno que va calzado con polainas de hielo... ¡Y qué «paisajes se ven en esas profundidades! Evocaba Isidro el recuerdo de los enormes cuartos de buey rojos y amarillos, con la grasa congelada de su goteo formando estalactitas.

Adiós, recibid mi alma. Dorotea.» Y por bajo se leía: «Decid á don Francisco de Quevedo, que en mi casa, en un cajón de la mesa de la sala, está mi testamento; que lo haga cumplirDos lágrimas, gordas, enormes, de Quevedo, cayeron sobre este papel. Luego le dobló en silencio, y le guardó. Padre Aliaga dijo dirigiéndose al religioso que oraba en silencio , vos os quedaréis, ¿no es verdad?

Su nave, inerme, dejó que se le aproxímase la galera, que la prendiese con enormes garfios, y que los corsarios, armados de hachas, se lanzasen al abordaje, o más bien, confiados en su poder incontrastable, a tomar posesión de la nave sin recelar resistencia alguna. Así fue en un principio.

Vaya, vaya con el señor conde, ¿qué le habremos hecho nosotros para que así nos aborrezca?... ¿Qué le habremos hecho nosotros para que así nos aborrezca? El cura de la Segada tenía por costumbre repetir dos, tres y hasta cuatro veces la misma frase, mirando fijamente al interlocutor, y abriendo desmesuradamente la boca para reir y también para dejar ver unos enormes y desvencijados dientes.

No: los remiendos y las casuchas abrigan a veces más orgullo que los palacios. El gran portal embovedado, por donde había sido introducido Stein, daba a un gran patio cuadrado. Desde la puerta hasta el fondo del patio, se extendía una calle de enormes cipreses.

Gracias a esta divina facultad, se daba el caso de que ni siquiera advirtiesen, en muchas ocasiones, sus enormes desdichas, pues cuando se veían privados absolutamente de los bienes positivos, sacaban de la imaginación el cuerno de Amaltea, y lo agitaban para ver salir de él los bienes ideales.