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Deliberando sobre esto quedaban a las nueve y media todavía, mientras Tinito, que tenía su plan, continuaba encerrado en casa, donde había recibido, por conducto de su padre, las felicitaciones de los cuatro prosélitos que, como se sabe, tenía entre los gremios de zapateros y mareantes. Esto había enorgullecido mucho al tabernero, y le había parecido a él signo de buen augurio.

¡Ah! ¡estás loca por él, hija mía! Yo no ... yo no ... pero me parece que le he conocido toda mi vida; que Dios me ha criado para él... me parece el más hermoso del mundo... no se aparta de mi memoria... y mirad: hoy he representado mejor que nunca... y es que... hasta hoy no había comprendido el amor... hoy he pronunciado los amores de la comedia con el alma... y el público me ha aplaudido con frenesí... y escuchad: nunca los aplausos me han satisfecho tanto... nunca me han causado tanta alegría... nunca me han enorgullecido de tal modo... porque estaba él allí... me veía... me oía... escuchaba aquellos aplausos... ¡oh! si ese hombre no es de piedra me amará... me amará... porque yo quiero que me ame... lo quiero y será.

Me han dicho que mi buen hermano está bien de salud y que mi pobre hijo Alfonso ha ganado dos premios por su aplicación en el estudio, y que sus maestros están muy satisfechos de su comportamiento. Esta última noticia me ha enorgullecido bastante. Ruego a Dios perdone mi vanidad, pues yo no he contribuido en nada a la creación de la bondad que en el fondo del alma de mi hijo existe.

Hállase labrada en el más primoroso y delicado estilo del Renacimiento, y parece una enorme filigrana calada en piedra por los plateros de la calle de la Rúa, parece un trabajo chino de marfil, parece la mística puerta de algún lugar santo. Benvenuto Cellini se hubiera enorgullecido de cincelar en oro una creación semejante.

Cualquiera otro héroe, no atormentado del dolor más acerbo, hubiera tenido por altamente dichoso el éxito de aquella jornada y se hubiera enorgullecido de las distinciones honrosas de que colmó Babur a Miguel de Zuheros cuando este llegó a su presencia.

Don Juan salió suspirando de aquel dormitorio tan blanco y tan puro, pero enorgullecido por su mujer, porque la atmósfera de aquel dormitorio había venido á ser para don Juan un testimonio de la valía de doña Clara. Sentáronse entrambos jóvenes de nuevo, el uno en un extremo, y en otro extremo el otro, de la ancha tarima del brasero.

Después, el aguardiente y los años han abatido el tórax que se irguió enorgullecido bajo la cota de acero de Ruy Díaz, se abatió en curva claudicante en demanda de las dos pesetas, en esas lamentables aulas de picardía y de dolor que están siempre abiertas en las aceras de la corte.