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Su esposa, viéndose en salvo, no volvió a pensar en estos enojosos asuntos. Tan sólo cuando iba a casa de su padre y veía el rostro pálido y demudado de D.ª Carmen, sentía su corazón agitado por una extraña emoción que ella misma huía de definir, apresurándose a ahogarla con el ruido de los besos y las palabritas cariñosas. El amor de Raimundo le hizo gozar extremadamente.

Conocía su triste situación, y no se atormentaba por ello. Se diría que había olvidado Madrid. Estaba conforme en pasar en Villafría la vida entera. Antecedentes y pormenores indispensables aunque enojosos Desde la muerte del marqués habían transcurrido doce años. Doña Luz tenía veintisiete y estaba hermosísima: mucho mejor que de quince.

Lo más cuerdo habría sido dedicar talento é imaginación á los asuntos del día, y buscar resueltamente el verdadero é indestructible valor que yace oculto en los pequeños y enojosos incidentes y en los caracteres comunes que me eran familiares. La falta fué mía.

O bien convierten a sus héroes en enojosos y pesados predicadores, o bien, si les dejan hablar lo que la pasión naturalmente les inspira, se comprometen a responder ante la posteridad, y si sus obras no llegan tan lejos, ante sus contemporáneos, de todos los extravíos, delirios y ensueños que ponen por fuerza en boca de los hijos de su fantasía, acalorados y vehementes.

Partió con treinta mozos valerosos, Y veinte y un caballos, y servicio En balsas: y los mozos deseosos De guerra, que la tienen por oficio, Procuran, que en los indios enojosos, Se ofresca al crudo Marte sacrificio, De aquel Terú vengando la osadia, Con triste y carnicera anatomia.

Por vez primera, desde que conoció a Pepe, le parecieron enojosos e inútiles las cintas y los adornos. Su agitación tenía algo de rabia. Cuando se estaba arreglando el peinado, se la cayó deshecho y suelto sobre los hombros un rizo de su hermoso pelo, y ella, recogiéndoselo con ira, tratándolo como a gala inútil, murmuró: ¡A nadie tengo que agradar!

El Vizconde la saludó al entrar y cruzó con ella algunas palabras; pero acertó a contenerse durante más de una hora, para que ella se cansase de charlar con sus admiradores y amigos y de recibir adoraciones, y espió la ocasión propicia en que ella estaba menos rodeada, a fin de osear fácilmente a los interlocutores enojosos y poder hablar con ella sin que nadie interviniese en la conversación ni le molestase.

Al volver a Madrid, después de la última jornada de Zaragoza, tornaría a los enojosos quehaceres propios de tales canongías; mas por muy imbuido que estuviese de las preocupaciones de la época, en que ser criado de Su Majestad parecía tal honra que hasta en las portadas de sus obras lo consignaban los escritores, natural era que desease algún descanso y libertad conforme a sus inclinaciones y temperamento de artista.

Había creído observar desde días antes, que me espiaba, y al sorprenderla esta vez casi en flagrante delito, le pregunté: ¿Qué quiere usted? Nada, señor Máximo, estaba preparando el gas respondió muy turbada. Me encogí de hombros y salí. El día declinaba. Pude pasearme en los lugares más frecuentados sin temer enojosos encuentros. Mi paseo duró dos ó tres horas, horas crueles.

Don Fadrique, como si anhelase apartar de tristes y enojosos pensamientos, impropios de su carácter y risueña filosofía, se pasó la mano por la frente, y creyendo que recobraba su serena y alegre condición, dijo en voz alta: Hola, ilustre poeta, ¿qué nuevo idilio compone V. en estas soledades? Don Carlos se levantó del asiento, y yendo hacia los recién venidos, dijo: Buenos días, Sr.