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No hablaba una palabra del presente: dejaba en pie aquella crítica despiadada del viejo revolucionario, despreciándola como un sueño de ideólogo, y se enfrascaba en su canto al pasado, afirmando por centésima vez que habíamos sido grandes por ser católicos, que en el momento no lo fuimos, todos los males del mundo cayeron sobre nosotros, y hablaba de los excesos de la revolución, de la tormentosa república del 73, cruel pesadilla de las personas sensatas, y del Cantón de Cartagena, el supremo recurso de la oratoria ministerial, una verdadera fiesta de caníbales, un horror jamás conocido en la tierra de los pronunciamientos y guerras civiles.

Desde entonces fue asiduo discípulo de sus cátedras y tertuliano de sus pasillos; mañana, tarde y noche, en todas las horas que las clases le dejaban libre, se encerraba en el clásico establecimiento, centro resplandeciente en aquella época de las ciencias y las letras; ordinariamente pedía un libro y se enfrascaba en la lectura; en poco tiempo se tragó un número considerable de volúmenes, versando casi todos sobre estética y filosofía.

Nélida mostrábase inquieta y displiciente, como si para ella fuese un tormento permanecer al lado de su madre. Por detrás de la cabeza de ésta hacía señas a Fernando; le hablaba con el movimiento silencioso de sus labios. «Vámonos: déjalaPero él no podía obedecer, retenido por las palabras amables y las miradas de la señora, que se enfrascaba en un elogio de las cualidades de su hija.

Era la Vida de Santa Teresa escrita por ella misma, encuadernada con la pasta sólida de filos dorados que caracteriza a los libros religiosos. A medida que se enfrascaba en la lectura, el rostro de la joven se fue serenando más y más, y la profunda arruga de la frente concluyó por desaparecer.

Mientras D. Laureano tomaba el café, enfilando miradas incendiarias a la belleza que había descubierto, y Adolfo se enfrascaba nuevamente en la lectura del periódico, nuestro joven enamorado cambiaba sonrisas de inteligencia con la vecinita. Había estado muchísimo tiempo asistiendo al café sin fijarse en ella.

A veces meditaba en ello interrumpiendo la lectura de Fray Luis de Granada y de los seis libros de San Juan Crisóstomo sobre el sacerdocio; pero al poco rato, descorazonado por tanta mezquina contrariedad, desesperando de ser útil jamás a la casa de Ulloa, se enfrascaba nuevamente en sus páginas místicas.