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Con la puntualidad de un cronómetro se despertaba a media noche, a las tres y a las seis, agitaba los brazos, a modo de alas, y gritaba imitando al gallo y despertando a los otros enfermos. Ahora no se despertó nadie. El enfermo que se imaginaba ser un gallo se durmió de nuevo. Todo quedó otra vez tranquilo.

El primer síntoma de esta enfermedad era el mal humor: en este primer grado, los enfermos podían curarse como los tísicos, y al efecto siempre que alguno era atacado, se empleaban para volverle a la salud mil clase de fiestas y regocijos, en las cuales tomaba parte toda la familia.

Durante su larga jornada dejaron tras de sus parientes y vecinos enfermos, solos y sin mas asistencia que un cuero levantado contra el aire, para abrigo, y un jarro de agua. Este mal redujo tanto su número, que no tienen ahora mas de trescientos hombres capaces de tomar las armas.

¿Y trasladarle a Vetusta?... decía el militar. ¡Imposible! ¡Ni soñarlo! ¿Y para qué? Morirá esta tarde de fijo. Somoza solía equivocarse, anticipando la muerte a sus enfermos. Esta vez se equivocó dándole a don Víctor más tiempo de vida del que le otorgó la bala de don Álvaro. Murió Quintanar a las once de la mañana. El mes de Mayo fue digno de su nombre aquel año en Vetusta. ¡Cosa rara!

Cuánto darían ellos por estar enfermos del estómago y por tener un hijo canónigo que les enviase dinero para comprar agua de Vichy y otros lujos y antojos.... Yo podría vivir con mi hijo, si yo quisiera. Pero mi hijo prefiere que yo esté aquí, al cuidado de encantadoras vírgenes, como huésped distinguido, sin que me falte nada. Pues bien: me falta ahora algo.

No se acabaron aquí las bendiciones del cielo; antes teniendo aquellos bárbaros al P. Lucas un amor de padre, y reverenciándole como á santo, trajeron á su presencia todos los enfermos, pidiéndole, que pues era ministro de un Dios tan poderoso, intercediese ahora por ellos.

Pasó el caso de esta manera: Iba un día el P. Machoni llevando de Rancho en Rancho una holla de comida para darla á los enfermos; encontróse con una india que traía al pecho un niño que estaba ya para espirar; no pudo ella huir y esconder tan presto su criatura de suerte que el Padre no la viese.

Además de esto, Doña Francisca estimaba en ella el amor intenso a los niños de la casa; amor sincero y, si se quiere, positivo, que se revelaba en la vigilancia constante, en los exquisitos cuidados con que sanos o enfermos les atendía.

Rumalda dijo Tablas mirando a la cojuela que acababa de subir después de cerrada la tienda ; baja y tráeme tabaco. Romualda bajó, y sus pasos lentos y fatigados resonaron por largo rato en la escalera. Después Tablas siguió enumerando muertos y enfermos, y volvió a limpiarse el sudor. El calor era sofocante.

Tenía su plan trazado, visitar á sus enfermos, ir despues á la Universidad para enterarse algo de su licenciatura, y verse despues con Makaraig para los gastos que esta le ocasionaría.