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Y así, en vez de diluvio, había enviado en su tiempo una enfermedad contagiosa que hacía grandes estragos y sobre la cual escribió Fracastoro un elegante poema latino dedicado al cardenal Bembo.

Unos son victimas de los placeres, otros del estudio, estos a causa del trabajo y aquellos por el fastidio. Hay algunos que perecen de enfermedad, de demencia, o en fin de penas del corazon, y esta ultima enfermedad, ofreciendose bajo todas las formas y bajo todos los nombres, hace mas estragos que la guerra.

La llama su amiga, su bienhechora, su ángel salvador, en reconocimiento de algunos cuidados que ha recibido de ella durante su enfermedad, y, en efecto, es un ángel esta niña. Yo no me acuerdo haber visto nada más gracioso ni más dulce que sus facciones, nada más atrayente ni más cordial.

Consultó la enferma con las eminencias del «arte de curar», y ninguna de ellas dejó de prometerla un pronto y radical alivio... ni de aconsejar a su familia que la volvieran cuanto antes a su casa, porque quietud, sosiego y «auras domésticas», era lo que principalmente requería la incurable enfermedad de aquella señora... En fin, lo que la había aconsejado en Madrid su médico de cabecera.

Estaba siempre de buen humor, incluso cuando no le daban nada de comer, y se enorgullecía de sus enfermedades, dándole las gracias al doctor Chevirev por la gota, que consideraba una enfermedad noble, con la que su importancia adquiría aún mayor relieve.

En las afecciones reumáticas, bien se puede decir que el acónito solo es apropiado á la forma febril; se le puede administrar en el período de agudeza, pero no es indispensable; la brionia llena la indicacion de fondo, y muchas veces hasta de forma, es decir, que corresponde á la naturaleza de la enfermedad, así como á su modo de manifestacion.

Por su parte, Lorenzo pretendía meditar sobre su estado mental, luchando sin éxito con la incoherencia de sus ideas, en uno de esos curiosos estados de conciencia en que la voluntad parece desmayar a cada impulso y en que sólo se destaca nítido y claro el falso convencimiento de una enfermedad imaginaria.

Tu madre no murió de enfermedad alguna, sino de dolor de que supo que la Camacha, su maestra, de envidia que la tuvo porque se le iba subiendo a las barbas en saber tanto como ella, o por otra pendenzuela de celos, que nunca pude averiguar, #un día, convirtió a sus tres hijos en perros#. La Camacha se fué y se llevó los cachorros; yo me quedé con tu madre, la cual no podía creer lo que le había sucedido.

En esta enfermedad se le acabaron tanto las fuerzas y se consumió de manera que creyendo ser ya llegado el fin de su vida, nos suplicó que le condujésemos á orillas de algún río, y que dejándole allí nos volviésemos al Paraguay.

La enfermedad avanzaba rápidamente; Enriqueta estaba convencida de que iba a morir. Quería verle para implorar su perdón; así lo pedía, con tono de niña caprichosa y enferma que exige un juguete. Hasta el otro, el protector poderoso, dócil a pesar de su omnipotencia, le suplicaba al cura que llevase al hotel al marido de Enriqueta.