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El Mosco acudió con gritos de cólera: ¡Rediós!... ¡Y no haber traído la escopeta! ¡Cómo se enteran y se burlan!... Los perros, después de un intento de persecución, retrocedieron al lado de su amo, viendo que éste permanecía inmóvil. El encuentro con el venado quitó al Mosco todo deseo de continuar la caza. Vámonos; ¡para lo que hacemos aquí!...

Por más que reflexiono, no encuentro explicación alguna. ¿Estará triste porque no tiene... ninguna esperanza de ser madre? , quizás sea eso. Sin embargo, siempre había guardado para mi ardiente deseo... no quería causarle un pesar.

Mira; apartémonos: quiero evitar el encuentro de ese que se dirige hacia nosotros: me encuentra en la calle y nunca me saluda; pero en sociedad es otra cosa: como es tan desairado estar de pie, sin hablar con nadie, aquí me habla siempre. Soy su amigo para los momentos de fastidio: también en el Prado se me suele agregar cuando no ha encontrado ningún amigo más íntimo. Esa es la sociedad.

Los montañeses que formaban la partida le siguieron con la mirada. Sus largos cabellos rojos y rizados, sus enjutas y prolongadas piernas, sus anchos hombros, sus movimientos ligeros y rápidos, todo revelaba que, en caso de ocurrir un encuentro, cinco o seis kaiserlicks no saldrían bien parados de semejantes hombres. Al cabo de un cuarto de hora, rodearon el monte de abetos y desaparecieron.

Este lo separa ó lo derriba todo; aborda, llega hasta la llanura de hielos, pero por eso no se siente embarazado. «El banco hízose pedazos en un minuto en una extensión de algunas millas. Crujió, atronó, como si hubiesen sido disparados cien cañonazos; parecía aquello un terremoto. La montaña vino á nuestro encuentro, y el mar vióse cubierto, entre ella y nosotros, de sus despojos.

Nunca había reunido el Emperador una flota tan imponente. Era en Octubre. El experto Doria ponía mal gesto. Para él no existían en el Mediterráneo otros puertos seguros que «Junio, Julio, Agosto... y Mahón». El Emperador se había retrasado demasiado en el Tirol e Italia. El papa Paulo III, al salir a su encuentro en Luca, le había profetizado desgracias por lo avanzado de la estación.

Colecciones de los diarios en que he escrito, eso : la colección de La Colmena, La Espada de Damocles, La Regeneración Porteña, El Gorro de la Libertad, etc., todos los diarios de que he sido redactor. ¿Pues bien, eh?... he necesitado alguna vez informarme sobre la pesca de los pengüines en la costa patagónica, cuando he sido ministro, ¿qué he hecho?... a La Espada de Damocles... registro la colección y en 1853 o 54, encuentro el artículo que escribí sobre la pesca de esos moluscos...

Era la Marquesita, que desde el balcón del ganadero de cerdos, indignábase contra aquella gentuza, antipática por su ordinariez, que osaba amenazar a las personas decentes. Sólo unos pocos levantaron la cabeza: Los demás siguieron adelante, insensibles a la ridícula agresión, deseando llegar cuanto antes al encuentro de los amigos.

Y convulsivamente cerró los dedos centrales de su mano, avanzando el índice y el meñique en forma de cuernos, para conjurar la mala suerte. Quiso seguir, pero todas las láminas representaban horrorosos reptiles, y acabó por cerrar el libro con manos trémulas y devolverlo al armario, murmurando: «¡Lagarto! ¡lagartopara desvanecer la impresión de este mal encuentro.

El buque se alejó con sus trompetitas brillantes en lo alto y la muchedumbre liliputiense alineada en los diversos pisos. Un rayo de sol pálido iluminó su popa durante algunos instantes con reflejos de oro antiguo. Luego, como si el Océano hubiese despertado únicamente para presenciar este encuentro, se restableció la sombra, y algo más denso que la sombra asaltó al Goethe a los pocos minutos.