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Marchaban por las calles anchas y por las callejuelas apartadas, en pequeños grupos, deseando encontrar a alguien, para que les enseñase las manos. Era el mejor medio de reconocer a los enemigos del pobre. Pero ni con callos ni sin ellos, encontraban a nadie ante su paso. La ciudad parecía desierta.

Bien leve era la carga de su instrucción, pero cuando se apoderó de mi el amor á la naturaleza, él me hizo conocer la montaña donde pacían sus rebaños, y en cuya base había nacido. Me dijo el nombre de las plantas, me enseñó las rocas donde se encontraban cristales y piedras raras, me acompañó á las cornisas vertiginosas de los abismos para indicarme el mejor camino en los pasos difíciles.

Así los pueblos, salidos apenas de su barbarie primitiva, encontraban una afirmación definitiva para cuanto los chocaba, y diputaban por buena la primera explicación que respondiera lo mejor posible á la inteligencia y á las costumbres de aquel grupo humano.

Estos ojos parecían sonreír cuando encontraban el rostro de una amiga, y persistiendo en sus paseos, acabaron por tropezarse con los de Gallardo fijos en ella. El espada no era modesto. Acostumbrado a verse objeto de la contemplación de miles y miles de personas en las tardes de corrida, creía buenamente que allí donde estuviese él todas las miradas habían de ser forzosamente para su persona.

Eran ya las diez de la mañana, porque con aquello de lavarse bien se había ido bastante tiempo. Rosita tardó mucho en traer el agua, y Nicanora se había dado la inmensa satisfacción de ir a la compra. Todos los individuos de la familia, cuando se encontraban uno frente a otro, se echaban a reír, y el más risueño era D. José, porque... ¡si supieran!... iv

Los independientes siguieron en dirección á las lomas, quemando todas las casas que encontraban á su paso, entre ellas el pequeño poblado de Benito, donde después de emborracharse en las tres cantinas que allí existían, les hicieron correr la misma suerte que al resto de las casas.

La ternura que había abrigado por Fortunato debía estar bien arraigada en su corazón, porque, después de tantos años, se encontraban aún vestigios de ella. Así las antiguas ciudades de Oriente, enterradas bajo el polvo de los siglos, y cuyos restos aparecen inmensos á los viajeros y les dan ideado una civilización colosal.

Se sentían aproximados por la solidaridad de la desgracia: se encontraban de pronto como hermanos caídos al pie de una cúspide en cuya altura se habían evitado antes, con irresistible hostilidad, chocando rudamente. Miguel experimentaba ahora un motivo de atracción completamente nuevo.

Los dos inválidos de la lucha con la tierra no encontraban otra satisfacción en su miseria que el excelente carácter de Rafael. Como dos perros viejos, a los que se reserva por lástima un poco de pitanza, esperaban la hora de la muerte en su tugurio junto al portalón del cortijo. Sólo la bondad del nuevo aperador hacía llevadera su suerte.

Pero más fragante... como las mujeres dijo el conde con galantería. La dama se volvió para dirigirle una sonrisa de gracias, y siguió loando la belleza de los rododendros, de las azaleas, de las camelias gigantescas que encontraban al paso.