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Sabedor de ellas Enrique IV, se trasladó á la ciudad para tranquilizarla; pero no logró sino enconar mas y mas los ánimos por haber tratado con igual dureza á los que hicieron armas contra él y á los que le fueron leales. El desacierto de Enrique IV era igual en todo.

Harto comprendía él que las luchas políticas, por rara excepción, tienen hoy el infame privilegio de enconar las divisiones de familia; mas no se le ocultaba que para el viejo y entusiasta partidario del progresismo, para el admirador de los que pusieron término a la primera guerra civil, sería triste pesadumbre saber que un hijo suyo, hecho clérigo a hurtadillas, era agente y servidor de los facciosos.

Pero semejantes medidas de terror solo servian para enconar mas y mas los ánimos y excitar el ódio y general descontento de un pueblo digno de mejor suerte, tratado con tan cruel manera, como el mas abyecto de los esclavos.

El de elevada estatura y hercúleo cuerpo es Captal de Buch, nombre que habréis oído con frecuencia, pues no hay en Gascuña más famosa lanza. Habla con él Oliverio de Clisón, apellidado el Pendenciero, pronto siempre á enconar los ánimos y atizar la discordia.

Mirar por la hacienda de vez en cuando; sondar sus llagas, y hasta ver por dónde se la puede hincar el diente sin producir otras nuevas ni enconar las antiguas, menos mal, y eso ya lo hacía ella por la cuenta que le tenía; pero reducirse, pero obscurecerse, pero arrumbarse cuando era viuda, cuando era libre, a lo mejor de la vida, cuando su estrella, cuando su sino o el mismo Lucifer encarnado en las gentes que debieron defenderla y ampararla, la habían arrancado del fondo de su alma, con horribles dolores, el sentimiento del bien, la noción de lo justo y de lo honrado, la conciencia entera..., hasta la idea de Dios, ¡qué locura!

Mas, ¿de qué me quejo?, ¡desventurado de !, pues es cosa cierta que cuando traen las desgracias la corriente de las estrellas, como vienen de alto a bajo, despeñándose con furor y con violencia, no hay fuerza en la tierra que las detenga, ni industria humana que prevenirlas pueda. ¿Quién pudiera imaginar que don Fernando, caballero ilustre, discreto, obligado de mis servicios, poderoso para alcanzar lo que el deseo amoroso le pidiese dondequiera que le ocupase, se había de enconar, como suele decirse, en tomarme a una sola oveja, que aún no poseía?