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El humo de los cigarros y el polvo de las pisadas formaban una nube azulada sobre las cabezas, que el sol doraba con sus rayos, al pasar por las altas vidrieras; la rueda era como la roca, contra la cual se estrellan las oleadas tempestuosas; allí los gritos eran más fuertes, los apóstrofes más rudos, la lucha más reñida, más desesperada, más implacable; los bastones, esgrimidos por brazos que la pasión enardecía hasta la epilepsia, se levantaban amenazadores.

Se estaba realizando en su conciencia la saludable transformación de las mujeres arrepentidas que fueron antes grandes pecadoras. ¿Cómo lavar su alma de los pasados crímenes?... Ni siquiera gozaba el consuelo de la fe patriótica, sanguinaria y feroz que enardecía á la doctora y á los suyos. Había reflexionado mucho.

Pero no podía retroceder: le arrastraba el afecto de sus discípulos y su antiguo afán de propagandista. Era para él un placer el asombro de aquellos pensamientos vírgenes entrando a la desbandada en las habitaciones luminosas construidas por el pensamiento humano durante siglos. La descripción de la humanidad del porvenir enardecía el entusiasmo de Luna.

Su espíritu se enardecía, sus sentimientos se sublevaban, quiso darse un fuerte golpe en la cabeza contra la pared de la iglesia de Montserrat para concluir allí su preciosa y fatigada existencia; pero no tuvo valor para ello. Necesitaba marearse, , darse un buen paseo por las doradas regiones de lo ideal.

Pero las embajadas quedábanse siempre en el camino, y únicamente llegaba como disperso algún europeo renegado que iba describiendo las maravillas de las ciudades asiáticas con una exuberancia que enardecía las imaginaciones. La lectura de los libros santos hacía revivir en los doctores cristianos la memoria de las ricas tierras del Asia oriental.

Ella adoraba á los fuertes, y le hubiera amado siempre, de no presentarse el otro, con algo que no podía explicar. Tal vez era el encanto de la corrupción y de la juventud, que la enardecía, haciéndola cometer locuras; pero aun así confesaba que no podía compararse aquel hombre con su viejo tan bueno y tan generoso... ¿Por qué no había de aceptar el obstáculo como lo hacían otros?

El día era hermoso; un verdadero domingo de Pascua. La primavera enardecía la sangre, y la ciudad entera, solemnizando la vuelta del buen tiempo, lanzábase al campo, levantando en él un rumor de avispero.

Extendió la muleta, quedando plantado ante el animal, pero a alguna distancia, no como otras veces, en las que enardecía al público tendiendo el trapo rojo casi en el hocico. Notose en el silencio de la plaza un movimiento de extrañeza, pero nadie dijo nada.

Pero, pasado el primer dolor, se animaba, se enardecía, embriagándose en la amargura de su desgracia. Había conocido por primera vez el tormento de los celos. Desde algunos meses antes, se mostraba triste, con nerviosidades y arrebatos impropios de su carácter. ¿No lo había notado Aresti?

Tal igualdad en la destreza les desesperaba, les enardecía, constituía el verdadero incentivo de su incesante pelear. Mientras ellos batallaban á solas, nuestra vivaracha Flora se veía de nuevo expuesta á los ataques insidiosos de la vieja Rosenda.