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Allá en su conciencia, con todo secreto, se declaraba a propio nuestro don Braulio que, de ser mujer, estaría él muy a punto de enamorarse de un guapo mozo que tuviese dichas habilidades.

No hay nieve que se nos escape ni lluvia que se nos pase por alto, y todo esto, al cabo, es para ver a una mujer por red y vidrieras, como hueso de santo; es como enamorarse de un tordo en jaula, si habla, y si calla, de un retrato. Los favores son todos toques, que nunca llegan a cabes: un paloteadico con los dedos. Hincan las cabezas en las rejas y apúntanse los requiebros por las troneras.

Pasó con precipitación sobre los recuerdos de este período de su existencia. Un conocido de su padre, viejo negociante de Viena, había sido el primero. Luego sintió el aletazo romántico, al que no escapan las hembras más frías y positivas. Había creído enamorarse de un oficial holandés, un Apolo rubio que patinaba con ella en Saint-Moritz. Este había sido su único esposo.

A la hija la pretendió un abogadete poco aprensivo; la pretendida le quiso y llegó a casarse con él; al poco tiempo de casada la galanteó un coronel muy guapo: a ella le gustaba mucho el coronel, que era mejor mozo que su marido; y porque le gustaba y estaba muy hecha a considerar, en el ejemplo de su madre, que el ser mujer casada no impide enamorarse de otro más, aceptó los galanteos del coronel, el cual desorejó en un duelo al abogado ofendido, por habérsele quejado éste de la ofensa.

El asunto de la obra tiene melancolías de égloga. Un viejo príncipe solitario concluye por enamorarse ciegamente de cierta princesa, de quien todos le refieren bellísimos y peregrinos lances, y no quiere morir sin conocerla.

No tuve valor para contestarle que yo no tengo ninguna influencia, y que mi padre, como hombre afiliado á un partido político, tiene compromisos ineludibles, contrarios, sin duda, á las ideas que él representa. ¡Cuánto siento que papá figure en un partido tan avanzado! No por qué ha tenido la desdichada ocurrencia de enamorarse de esa chusma insolente que escarnece todo lo grande y elevado.

Pero aquí, rodeada de hombres que la admiraban, y en un ambiente primitivo que la hacía resaltar como si fuese de esencia superior, había ejercido sin quererlo una influencia tan nefasta como la del demonio cobrizo temido en otros tiempos por los jinetes errantes de la Pampa. Ella misma había sido víctima de este ambiente de soledad al enamorarse de Watson.

El sombrero de Adela era ligero y un tanto extravagante, como de niña que es capaz de enamorarse de un tenor de ópera: el de Lucía era un sombrero arrogante y amenazador; se salían por el borde del costurero las cintas carmesíes, enroscadas sobre el sombrero de Adela como una boa sobre una tórtola: del fondo de seda negro, por los reflejos de un rayo de sol que filtraba oscilando por una rama de la magnolia, parecían salir llamas.

Mientras vivía el Conde, mientras la condesa pudo morir antes de que el Conde muriese, se guardó bien don Jaime de enamorarse de . Mira, pues, en lo que viene a parar todo el poema de amor que yo había compuesto. El amor desinteresadísimo que en don Jaime me enamoró, fue un cálculo seguro de alzarse sin trabajo con diez y siete millones. Don Jaime calculó bien, y no quiso aventurar nada.

Y como esto llovía sobre mojado, porque hacía ya bastantes días que la encontraba despegada, distraída, la picadura era más viva. Castro no estaba enamorado de la esposa de Osorio. Era incapaz de enamorarse. Pero tenía una idea extraordinaria de sus dotes de conquistador y, como consecuencia, un amor propio exagerado.