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Pero no puedo pensar qué es lo que vio esta doncella en vuestra merced que así la rindiese y avasallase: qué gala, qué brío, qué donaire, qué rostro, que cada cosa por déstas, o todas juntas, le enamoraron; que en verdad en verdad que muchas veces me paro a mirar a vuestra merced desde la punta del pie hasta el último cabello de la cabeza, y que veo más cosas para espantar que para enamorar; y, habiendo yo también oído decir que la hermosura es la primera y principal parte que enamora, no teniendo vuestra merced ninguna, no yo de qué se enamoró la pobre.

Los cortesanos se enamoraron del nombre de la enfermedad, y todos se decían: La Sultana tiene una catalexis.

En cierta ocasión se enamoraron de Fortuna tres hombres: Carlos Tizona, mozo de arrojo extraordinario, para quien la mejor razón era la espada: el doctor Infolio, que sin ser viejo casi lo parecía de tanto haber estudiado; y un tal Lepe, último vástago de una familia proverbial por lo lista.

Aunque tan distantes aún, y de un modo confuso, creíamos ya percibir las colosales figuras esculpidas y pintadas en las paredes exteriores de palacios y templos; aquellos toros con cabeza de hombre y aquellos hombres con cabeza de león; aquellos próceres y aquellos guerreros, ceñidos los riñones de talabartes, de que se enamoraron Oala y Oliba.

En suma, Echeloría y Mutileder eran dos personas ilustres y dignas de serlo por su mérito. Apenas se vieron, se amaron... ¿Qué digo se amaron? Se enamoraron perdidamente el uno de la otra y el otro de la una.

Lo cual no impidió que el buque naufragase... El mar arrojó más tarde los cuerpos de las vírgenes a la playa. Recogiéronlos varios pescadores, que al ver rostros tan hermosos, ¡infelices! se enamoraron de las muertas. Lleváronlas a un cementerio gótico abandonado en un campo de asfodelos, y las enterraron.

El más hermoso de los frutos era el que ellos se ofrecían, y cuando uno cometía una falta, su madre tenía que castigar a los dos, porque el uno no quería acusar al otro. Más tarde se enamoraron de la misma mujer, y la mataron para que no perteneciese a ninguno de los dos. Eran españoles, perdonadles.

¡Ah! dijo el rey, dándose una palmada en la frente ; pues ya lo comprendo todo; el tal afortunado hidalgo quitó á estocadas á don Rodrigo la prenda, y como sabía, por haberlo oído, el nombre y el empleo en palacio de la dama, vino ó presentarla la prenda... se vieron y se enamoraron el uno del otro ¡ah, ah, véase lo que son los acasos!... y si... si... ¡por mi ánima que quisiera ver!... ¿Habrá algún inconveniente en pedir á doña Clara esa prenda?