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Don Ramón, usted enamorando a Blanca Montifiori, ¿tiene valor? ¿Y por qué no?... si les dijera a ustedes que soy aceptado... Pero, tío le dije, esa es una unión imposible, absurda. Blanca es una mujer joven, usted casi le triplica la edad. Julio me dijo, toda reflexión es inútil: Blanca me ama. Ama a su dinero, amigo dijo don Benito dando un golpe sobre la mesa.
En mi imaginación aparecía usted al mismo nivel que todos esos señores solemnes y poderosos que he conocido. ¿Por qué será esto? Tal vez el aislamiento y la calma que agrandan las cosas; tal vez el ambiente de esta tierra, en la que es imposible vivir sin ser súbdito de Brull... ¿Si me iré enamorando de usted sin saberlo?
Estando un caballerito En la isla de León, se enamoró de una dama y ella le correspondió. Que con el aretín, que con el aretón. Señor, quédese una noche, quédese una noche o dos, que mi marido está fuera por esos montes de Dios. Que con el aretín, que con el aretón. Estándola enamorando, el marido que llegó: Ábreme la puerta, cielo, ábreme la puerta, sol. Que con el aretín, que con el aretón.
Aquel granuja de la calle era capaz de subir, de prosperar, de hacerse rico, de casarse con su hermana y de considerar todo esto lógico, natural... Era una desesperación. Carlos hubiera gozado conquistando a la Ignacia, abandonándola luego, paseándose desdeñosamente por delante de Martín; y Martín le ganaba la partida sacando a la Ignacia de su alcance y enamorando a su hermana.
¡Tonta! exclamó Laura, cada vez más animada y con un modo que en ella no era natural, Adriana no podría enamorarse nunca de un muchacho como José Luis, tan pura espuma como él es. Pero empezó a sospechar, sí, a sospechar en serio, muy en serio, que yo me estaba enamorando de Julio. ¡Y se había puesto celosa! ¡Qué alma más buena, más delicada!
Y la primera entrada que hizo Preciosa en Madrid fué un día de Santa Ana, patrona y abogada de la villa, con una danza en que iban ocho gitanas, cuatro ancianas y cuatro muchachas, y un gitano, gran bailarín, que las guiaba; y aunque todas iban limpias y bien aderezadas, el aseo de Preciosa era tal, que poco a poco fué enamorando los ojos de cuantos la miraban.
Al mismo tiempo me acosaban los remordimientos. ¡Cuál sería el dolor de mi pobre mujer si llegase a averiguar que su marido andaba por la corte enamorando chiquillas! Un día recibí carta suya, participándome que tenía a mi hijo menor un poco indispuesto, y rogándome que procurase arreglar los negocios y volviese pronto a casa.
¡Dios mío! ¡feliz!... ¡y se ha ido á vivir á casa de una comedianta! ¡y la ha acompañado al teatro y... no me ama... si me amara... no afrentaría mi amor enamorando á una mujer perdida! ¿Pero quién te ha dicho eso? El bufón del rey. ¿Qué mujer más hermosa y más pura que tú puede él encontrar?... ¿le has desesperado acaso, Clara? Sí, señora.
Al mismo tiempo me acosaban los remordimientos. ¡Cuál sería el dolor de mi pobre mujer si llegase á averiguar que su marido andaba por la corte enamorando chiquillas! La noticia me produjo el disgusto que V. puede suponer; porque siempre he delirado por mis hijos.
Y adivinando algo horrible y grotesco á la par, como los diablos panzudos pintados en ciertas estampas, sonreía en medio de su repugnancia, pensando en la figura algo ridícula de su esposo, con su barba de patriarca, enamorando á una de aquellas perdidas que se burlaban de los hombres, devorándolos.
Palabra del Dia