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¿Otro ejemplo? ¡Nada convence tanto como la ejemplificación!... Un caballero se enamora de una mujer, y ve de repente, o poco a poco, que la mujer no lo quiere; pues toma de su imaginación el color complementario que se necesita, color... «indiferencia»... o mejor aún: color... «reciprocidad», y al instante «verá» que él tampoco la quiere y Melchor terminó con una vibrante carcajada.
Y después llega un día en que el hijo de uno de esos campesinos se enamora de esas grandes ruinas y se indigna al verlas profanadas de ese modo; a toda prisa arroja el ganado fuera del patio de honor, y viniendo en su ayuda las hadas, por sí solo reedifica la monumental escalera, vuelve a poner tableros en las paredes y vidrieras en los ventanajes, reconstruye las torres, vuelve a dorar la sala del trono y pone en pie el extenso palacio de otros tiempos, donde encontraron hospedaje papas y emperatrices.
Si la Imenea debe considerarse como el prototipo de las posteriores de capa y espada, La Aquilana recuerda vivamente las llamadas después de ruído ó de teatro. Aquilano, joven de padres desconocidos, se enamora de Feliciana, hija del rey Bermudo de León. Obtiene de su amada una cita nocturna en el jardín del palacio, pero la princesa oculta su inclinación y se muestra fría y reservada.
Lo haré, ya que me obligáis. Cuando he dicho cuidado, he querido decir ¡cuidado con echarse una cadena encima! ¡Ah!, condesa repuso el duque con calor , por Dios, que no venga una injusta y falsa sospecha a oscurecer la fama de esa mujer, aun antes de que nadie la conozca. Esa mujer, condesa, es un ángel. Eso por supuesto dijo la condesa . Nadie se enamora de diablos.
Calixto, joven de nacimiento distinguido, se enamora ardientemente de la bella Melibea, y no puede conseguir la realización de sus deseos. Acude, pues, á una astuta alcahueta. En virtud de filtros y encantos, de astucias y amaños de todo género, llega al fin á corromper el corazón de la bella Melibea.
Y desapareció enseguida para no verse en el apuro de responder más clara y categóricamente. Cristela daba vueltas y más vueltas en su imaginación la sibilina respuesta del enano, y no la comprendía. «El amor entra por los ojos... pensaba. Esto quiere decir que es el rostro lo que enamora.
La renegada de Valladolid es una amalgama extraña de intrigas profanas amorosas y de tendencias místicas. Doña Isabel, joven dama de Valladolid, ha hecho voto de ser monja, y está á punto de entrar en el convento, cuando se enamora de repente de un caballero que sirve bajo las banderas de Carlos V, y se perjura de manera, que quebranta locamente sus votos y se escapa con su amante.
Muy curioso es lo que me cuentas, pero no es original ni nuevo. ¡Es tan difícil ser nuevo y original! ¿No se enamora Fausto de Elena, que vivió dos mil quinientos años antes de que él naciese? ¿No hay un cuento árabe o persa, donde un príncipe musulmán, que vivió doscientos o trescientos años después de Mahoma, está perdidamente enamorado de cierta reina o infanta de Serendib o de Sabá, que floreció en tiempo de Salomón y fue rival de la Sulamita?
Fue como perla que se descubre en un muladar y que se estima más cuando el que la descubre se persuade de que es fina. Fue flor como hallada en tierra inculta, fuera de la cerca del huerto que se cultiva, por eso mismo sorprende y enamora más, celándola quien la posee por el temor de que la huelle y pisotee a su paso algún animal inmundo.
Si estoy cerca de ella, la amo; si estoy lejos, la odio. A su vista, en su presencia, me enamora, me atrae, me rinde con suavidad, me pone un yugo dulcísimo. Su recuerdo me mata.
Palabra del Dia