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Sea efecto de la educación o de la naturaleza, lo cierto es que mientras al hombre, por lo general, le enoja saber que su mujer, su novia o su querida ha tenido otros amores, a la mujer le encanta y enamora más saber que su marido o su amante los tuvo. Y esto por recatada que ella sea y por celosa que se muestre.

Fausto brilla en la corte del Emperador y encuentra que en ella puede ser lo que se le antoje, merced a su propio mérito y al diablo. Esto, no obstante, no le satisface. De las damas no hay una sola que le haga impresión, y se enamora de Elena, personificación de la hermosura corporal perfecta. El diablo no tiene poder para proporcionarle a Elena.

El primer engaño es obra de un escudero, que, disfrazado de viudo, se burla de un mercader. A éste sigue otro con personajes muy diversos. El dios Cupido se enamora de la princesa Grata Celia, pero no encuentra ocasión favorable de visitarla, y resuelve, en consecuencia, engañar á Apolo, para que éste engañe á su vez al rey Totebano.

Díle pronto que le amo, que le idolatro; que su beso vale más que todas las satisfacciones y vanaglorias; que su amor me enamora; que la belleza divina de su alma excede para a toda la belleza de las demás criaturas de Dios. ¡Que yo le vuelva a ver, cielos santos! ¡Que yo me arroje a sus plantas y le pida mil veces perdón! ¡Que yo le pague el beso que me dió dormida, exhalando mi alma, infundiéndola en la suya con un beso eterno... infinito!

La magnitud de su casco, la elevación de sus palos, el laberinto de su jarcia, todo le enamora y hasta le enorgullece. ¿Qué vale la pobre choza de su aldea junto á aquel flotante palacio que va á habitar durante mes y medio?

ii Un huevo crudo... ¡qué asco! exclamó Jacinta escupiendo una salivita . ¿Qué se puede esperar de quien se enamora de una mujer que come huevos crudos?... Hablando aquí con imparcialidad, te diré que era guapa. ¿Te enfadas? ¡Qué me voy a enfadar, hombre! Sigue... Se comía el huevo, y te ofrecía y participaste... No, aquel día no hubo nada. Volví al siguiente y me la encontré otra vez.

Pero no puedo pensar qué es lo que vio esta doncella en vuestra merced que así la rindiese y avasallase: qué gala, qué brío, qué donaire, qué rostro, que cada cosa por déstas, o todas juntas, le enamoraron; que en verdad en verdad que muchas veces me paro a mirar a vuestra merced desde la punta del pie hasta el último cabello de la cabeza, y que veo más cosas para espantar que para enamorar; y, habiendo yo también oído decir que la hermosura es la primera y principal parte que enamora, no teniendo vuestra merced ninguna, no yo de qué se enamoró la pobre.

Lo mejor es pensar siempre en cosas alegres, en los teatros, en los toros, en las sesiones del Congreso... ¡Ay!, yo me muero por las sesiones del Congreso. Es cosa que enamora ver a aquellos señores que hablan tan bien y sin equivocarse. Unas veces se enfadan y echan fuego por los ojos como si les hubiesen quitado la cartera, otras lo toman a broma y hacen desternillarse de risa a todo el mundo.

Una pastora, llamada Amaranta, cuyo esposo ha muerto, se enamora de otro pastor denominado Jacinto; pero como éste la desprecia por otra, lo acusa aquélla del asesinato de su esposo, para forzarlo á elegir entre su mano ó la muerte; el pastor permanece fiel á su amada en trance tan mortal, hasta que Amaranta, conmovida de su firmeza, retira la acusación.

¿Quién os ha dicho eso? dijo con una gravedad eminentemente cómica el duque, que quería pasar por rey... Nadie... pero... mi corazón... ¡Vuestro corazón! Yo había ido muchas veces á la corte, señor; las mujeres somos locas, insensatas; nos gusta, nos enamora lo grande, lo que deslumbra... ¡Y os he deslumbrado yo! ¡Ah, señor!, vos sois el sol de las Españas.