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Ahora empiezas, ahora. ¡Y quieres que te dinero!... Anda, anda, castaña pilonga, que otra cosa podrá faltarte ahora; pero dinero... No, no cuentes con tu tía; no te acuerdes más de esta perla vieja de la honradez». Las groserías de su tía Encarnación enfadaban atrozmente a Isidora.

Al oír esto y ver a Lorenzo que se tomaba la cabeza con ambas manos, Melchor se levantó de la mesa, en la que acaso había bebido demasiado, y dando en ella un puñetazo dijo poco menos que a gritos: Con todos tus gestos de ridículo reproche y con todos tus desplantes de moralista recién llegado, , no serías capaz de explicarme satisfactoriamente esta difundida predilección por la madre... este miserable afán de posponer al padre, invariablemente, en el orden de nuestros afectos... esta, cobarde fórmula que la noción del adulterio impone en los espíritus bajos... Habla... te callas, ¿eh?... Y quizás te callas porque empiezas a comprender que te has vinculado, sin reflexionarlo ni un instante, a esa agraviante predilección por la madre que sólo se explica por medio de un raciocinio repugnante: ¡amo a mi madre, sobre todas las cosas, porque tengo la certeza de que soy su hijo!

De vez en vez parece que quieres ordenar tu peculio; pero tus apetitos de lujo toman la delantera a tus débiles cálculos, y empiezas a gastar en caprichos, dejando sin atender las deudas sagradas. »Tu generosidad te honra porque indica tu buen corazón; pero te perturba lo indecible. Has sido estafada por algunos que, conociéndote el flaco y tu índole liberal, se han fingido menesterosos.

Reproducción: «¿Te vas ya?». «¿Te parece que es temprano todavía?». «¿Vienes el lunes?». «No puedo asegurártelo». «Ya empiezas con tus mañas». « que te pones pesada». «No quiero disputar.

Y si no la tuvieses ya te arreglarías para aparecer con ella... ¡Ea, ya pasó!... A las rabietas me duran poco... Y, sobre todo, en cuanto empiezas a hablar, pierdo la fuerza. No hay orador que se te iguale en eso de acumular los razonamientos en el punto que te convenga; y hasta sabes sacar el Cristo... digo, el niño... Cecilia soltó la carcajada. Reconocerás que ha sido con oportunidad.

Si tu marido tiene celos, con explicarle que no hay motivo para que los tenga, estará todo terminado. ¿Y cómo se lo explico? ¿Dónde podré verle? ¿No te he dicho que se fué y no volverá más? Quizá se mate. Tales cosas me dices que empiezas a ponerme en cuidado, aunque no soy de las que se ahogan en poca agua.

Antonio, vuélvete a la calle Imperial, diles que preparen todo, y yo iré al carro a ver si lo arreglo para esta tarde. Nina, vete con Dios, y cuidado no se te pegue... ¿sabes? ¡Ay, hija, se te pegará, por mucho aseo que tengas! ¿Ves? ya empiezas a sufrir las consecuencias del mal paso... por no hacer caso de . Doña Paca me dijo que te permitiera ir allá. Quiere verte: ¡pobre señora!

Si te digo que va a ser preciso un escarmiento; hasta que el pueblo no eche al ajo a este Gobierno y no prenda fuego a la Bolsa, no vamos a quedar tranquilos. Ya empiezas, Agapo, con tu dinamita y tus cataclismos... no me gusta oírte así. ¿Y si no hay más remedio? Para todo lo hay, con la ayuda de Dios; ya se arreglarán las cosas, poco a poco. Ahora, dame esa carta.

¡Necio! exclamó Cristián; ¿no te he preguntado si Lea se teñía el cabello? Freneuse hizo un gesto de horror y sus ojos se hundieron bajo las fruncidas cejas. ¡Ah! dijo Tragomer. ¡Empiezas á comprender! ¡Ves la atroz y fúnebre operación que se hizo sufrir á la desgraciada víctima! Los que han fraguado esta intriga sangrienta tenían una admirable sangre fría.

Tal vez no sería yo una buena esposa, y puedes y debes ser amado de quien sea digna de . La ilusión engaña; la esperanza es una sirena que nos atrae a los abismos. ¿Estás seguro de que el amor que me tienes no es una impresión fugitiva? ¿Verdad que no? Empiezas a vivir, eres un niño, y no sabes que los afectos son efímeros.