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¡Ah! fuiste indudablemente bien desgraciada, ó Córdoba. No habia caido aun la república en manos de los emperadores, cuando eras ya colonia y viste cubierto de monumentos tu recinto; de quintas, tu campiña. Viriato pasó junto á tus muros y no tuviste que sentir el peso de sus armas. Metelo dió en tu seno sus espléndidos banquetes: César, el mismo César, te coronó de gloria.

El P. Zaragoza atribuye estos subterráneos á los cristianos de los primeros siglos, y cree que los construyeron para asistir á los templos sin incurrir en las penas que se fulminaban por los emperadores; pero no hay ningun inconveniente tampoco para suponer, que de ellos pudieron aprovecharse los moros y mejorarlos para formar un camino cubierto que dirigiese á la mezquita.

La que fue más grande y más fúnebre en su ya lejana época de esplendor, la que ha perseguido, torturado y destruido a mayor número de vivos en desagravio de los muertos, la que en mayor medida sigue achatando a los vivientes en homenaje a los fallecidos, es ya un poder en decadencia manifiesta, un gigante en el ocaso de su existencia; un poder social que gravita en favor de las hijas fósiles de la inteligencia humana y en contra de su nueva y robusta prole; un poder que fue absolutamente incontrastable hasta el siglo XV; un poder que fue aun irresistible para el común de los hombres, pero ya afrontable por los príncipes y los reyes hasta el siglo XVII; un poder que después de haber hecho temblar a los emperadores puede ser despreciado por los niños.

La capital de esta confederación verdaderamente pacífica fué Mildendo, por haber partido de ella el movimiento libertador; pero se despojó de su nombre, que databa de los antiguos emperadores, para llamarse en adelante Ciudad-Paraíso de las Mujeres.

Veía en ella la patria de su padre y el país de la gran Revolución... El, aunque no se había mezclado nunca en las luchas de la política, era republicano y había reído muchas veces de ciertos amigos suyos que adoraban á reyes y emperadores, considerando esto como un signo de distinción. Argensola pretendió reanimarle. ¡Quién sabe! Este es un país de sorpresas.

Levantados los manteles, y tomando don Antonio por la mano a don Quijote, se entró con él en un apartado aposento, en el cual no había otra cosa de adorno que una mesa, al parecer de jaspe, que sobre un pie de lo mesmo se sostenía, sobre la cual estaba puesta, al modo de las cabezas de los emperadores romanos, de los pechos arriba, una que semejaba ser de bronce.

Todo lo escuchó Sancho, y lo tomó muy bien en la memoria, y les agradeció mucho la intención que tenían de aconsejar a su señor fuese emperador y no arzobispo, porque él tenía para que, para hacer mercedes a sus escuderos, más podían los emperadores que los arzobispos andantes.

Pero él, poniendo al paso la cabalgadura y mandándonos que le siguiéramos uno a cada lado, continuó hablando así: Muchachos, no puedo olvidar aquella célebre jornada, que llamamos de los Tres Emperadores, y que es sin duda la más sangrienta, la más gloriosa, la más hábil con que ha ilustrado su nombre el gran tirano, ese hombre casi divino, a quien ahora puedo nombrar a boca llena, porque no nos oyen más que el cielo y la tierra.

La elección de reyes, príncipes y emperadores la dejaron hasta conocer toda la partida que requiriese el argumento. En esta clase de espectáculos no visten y costean los trajes de las actrices sus familias y las que designa la junta, quien tiene un especial cuidado en dar de vestir á las casas más pudientes del pueblo.

Dice Curopalates que estas tres dignidades no tienen particular ocupacion á que acudir, y que al César le llaman señor; palabra tenida por soberbia, y debida solo á Dios en los tiempos antiguos aún de los mismos Emperadores, pues leemos de Augusto, de Tiberio, y de algunos otros que jamás consintieron que les llamasen señores.