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Caer los dos sobre la tierra empapada de sangre, como sobre un lecho de damasco rojo; besarla él, en los labios fríos, sin miedo a que nadie le estorbara; besarla y besarla hasta que el último soplo de vida fuese a perderse en la lívida boca de ella.

Lívido, desencajadas las facciones, los cabellos en desorden sobre la frente empapada en sudor glacial, loca la mirada, temblorosos los labios, las manos, todo el cuerpo, como si fuera presa de la fiebre, el Príncipe Alejo infundía pavor.

Pues más voy á tardar dijo Montiño entrando en una pequeña habitación y sacudiendo su capa, que estaba empapada por la lluvia. ¿Cómo que vas á tardar, Francisco? dijo una joven hermosa también, y como de veinte años, que al levantarse para tomar la capa del cocinero mayor, dejó ver que estaba abultadamente encinta.

Pasee usted cuanto quiera, amigo Barragán repuso Tristán mirándole con curiosidad. Pero con gran sorpresa suya en vez de hacer uso de esta facultad el paisano se dejó caer como un plomo sobre el diván, sacó el pañuelo y se lo llevó a la frente empapada de sudor. ¡Es tan triste! ¡Es tan triste! murmuró con abatimiento.

Todo se perdona, hija, todo, todo dijo el enfermo con indulgencia empapada en escepticismo . Por muy grande que nos figuremos la masa de olvido derramado en la sociedad como elemento reparador, esa masa supera todavía a todos nuestros cálculos. El bien y la gratitud son limitados; siempre los encontramos cortos. El olvido es infinito.

Por fin, se incorporó; y la empapada cabellera estirose fuera del agua, rígida, pesada, rumorosa, al modo de las algas, cuando la ola desciende.

No puedo admitir que se juegue con el espíritu que busca un amparo bajo una corona de laurel, una corona empapada tal vez en sangre, una sangre vertida quizá por un hermano del que juega con aquella corona. ¡Tambien ha de ser un oficio del hombre el jugar la palma del mártir! ¿Qué dejan al mundo, qué dejan á la vida, si no le dejan esa palma! ¡Comercien en buenhora con la materia; comercien con todo lo del mundo; pero que dejen al alma del hombre la metafísica poética de un laurel, la metafísica poética de una gloria!

En ninguna encontró aquella rara mezcla de amor ardiente y de cariño impecable, aquella voluptuosidad empapada de ternura, ni aquel sensualismo exento de vicio. ¡Los labios de fuego, las miradas castas! ¡Ah, necio y mentecato, que por propia culpa la perdió! «Ella..., ella ha hecho bien en casarse, o en regalarse a quien le haya dado gana.

Y díla que en tu pensil, en bullicioso tropel, huríes te han reclamado y beldades más de mil, y que a todas ellas, cruel, con esquivez te he negado. Sueño fugaz de la vida, campo esmaltado de flores, aura empapada de olores, carrera llana y florida...: tal es la infancia querida.

Aquella mirada brillante y dulce empapada en llanto, tenía una expresión de reproche, de dulzura, de indecible perspicacia. Hubiérase dicho que estaba menos asombrada de una confesión ya hecha, que espantada de la inútil ansiedad que advertía en .