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A Tristán no le parecía, sin embargo, bastante todo aquello: recordaba las revistas dedicadas a los estrenos de Estévanez, las comparaba con las de su obra y éstas se le antojaban bien frías. Pero al tomar en manos El Universal y leer la revista del famoso crítico Leporello la ira le hizo empalidecer. Era un artículo desdeñoso, irónico, todo él traspirando amargura y malevolencia.

Una de las veces sus ojos chocaron francamente con los míos, y los dos sonreímos, sin saber por qué. Bajolos, al fin, y, mostrando vergüenza, dijo en voz baja: Ya que me has llamao... aquí pronunció a medias la palabra fea que yo había dicho a Suárez en la memorable conferencia de la taberna. Debí de empalidecer terriblemente, y murmuré, rechinando los dientes: ¡Infame!

Y se fue derecho a él con propósito de abofetearle; pero al llegar a su lado y verle tan poca cosa y empalidecer de susto, cambió de idea por escrúpulos de su conciencia hidalga, y se conformó, después de volverle de espaldas tirándole de las orejas, con administrarle una descarga de puntapiés, algunos de los cuales le levantaron más de un palmo sobre el encachado de la plazuela.

Luchando toda su vida contra infinitos obstáculos había logrado reunir un puñado de oro. Este oro le servía ahora para alimentar a algunos miles de obreros. Era su mayor satisfacción. En aquel instante, al destaparse algunas botellas de champagne, se oyeron en la mina algunas detonaciones estruendosas que hicieron empalidecer a los comensales.

Cierta noche tuvo éxito prodigioso un muchachuelo al manifestar que Clementina, según datos irrecusables, gastaba pantalones de franela a raíz de la carne. Algunos de estos dichos llegaban a oídos de la interesada y la hacían empalidecer de ira, amargaban extremadamente su agitada existencia. El pleito era ya para ella una lucha personal con la Amparo.

Por eso hacía tiempo que había resuelto confundir a todos los seres que le rodeaban en una masa caótica, en la cual sólo dos o tres aparecían con algún carácter individual. La niña aguardó con sus bracitos cruzados cerca de un cuarto de hora. Al fin el señor de Quiñones, después de jugar una entrada con fortuna, se dignó clavar en ella una mirada severa que la hizo empalidecer.

Hastiada de los devaneos cortesanos, encontraba vivo atractivo en ser adorada de aquel modo frenético y mudo, en desempeñar el papel de diosa. Una mirada suya hacía empalidecer o enrojecer a aquel niño; una palabra le alegraba o le entristecía hasta la desesperación. Raimundo iba al Real todas las noches que le tocaba el turno a Clementina.

Mas ¿quién fué el bravo que brillaba en la batalla como un astro refulgente que hace empalidecer á los que fulguran á su lado? Celso, el animoso y magnánimo nieto de la tía Basilisa. Celso, anhelando tomar venganza, se lanzaba impetuosamente dando gritos horribles sobre los de Lorío. No consideraba que sus fuerzas estaban mermadas por los estacazos de la noche anterior.

Vió el pueblo bajo un dosel obscuro moteado de chispas y brillantes pavesas. El campanario ardía como un blandón enorme; la techumbre de la iglesia estallaba, dejando escapar chorros de llamas. Un hedor de quema se esparcía en el ambiente. El fulgor del incendio parecía contraerse y empalidecer ante la luz impasible del sol.

No significa más que un cambio de la circulación sanguínea. Las arterias, al aumentar o disminuir de diámetro, enrojecen la piel o la hacen empalidecer. Ni te vayas a figurar que sólo las vírgenes se ruborizan, o que sea este fenómeno privativo del ser humano. Los animales también se enrojecen.