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Si se quiere forzar su inteligencia, sucede la que Mr. de Humboldt observó en los pueblos americanos llamados todavía las Misiones: habiendo perdido la savia indígena sin tomar nada nuestro, el cuerpo vivo pero muerto el espíritu, estériles, inutilizados para siempre, son toda su vida niños grandes, embrutecidos, idiotas.

Habían vivido un año en su castillo, en plena campiña rusa con la fastuosidad del boyardo, paseando su amor fresco, insaciable y sin cesar renovado, por entre los embrutecidos mujiks que contemplaban a aquella mujer hermosa, envuelta en pieles blancas y azules, con la misma devoción que si fuese una virgen despegada del fondo dorado del icona.

Hay entre nosotros hombres de ciencia que se dedican á peligrosos estudios; jóvenes abnegados que visitan los barrios populares para hablar á los embrutecidos siervos que ayudan con sus músculos á esta sociedad y conseguir que despierte en sus confusas inteligencias el orgullo del sexo.

La vida de las sociedades humanas depende de la producción y la distribución de la riqueza, y, hasta el advenimiento de las ciencias y de las máquinas en el siglo XVIII, promovidas entrambas por el método experimental descubierto por Bacon en el XVI, la producción de la riqueza, confiada principalmente a los esclavos y a los siervos embrutecidos por el exceso de trabajo y de supersticiones, fue mezquina y precaria, y hasta la consolidación y difusión de los principios políticos ingleses, su distribución estuvo a merced de la avaricia de los poderosos, que, en tiempo de guerra se comían los huevos y la gallina, y en tiempo de paz los huevos y los pollos.

A la unidad militar se han adherido campesinos embrutecidos por la persecución y la desgracia, que se mueven como autómatas y á los que hay que arrear á golpes; mujeres que aullan arrastrando rosarios de pequeñuelos; otras mujeres, morenas, altas y huesudas, que callan con trágico silencio, é inclinándose sobre los muertos les toman el fusil y la cartuchera.

Desnoyers creyó estar rodeado de una tribu de indios famélicos y embrutecidos, igual á las que había visto en sus viajes de aventurero. Traía con él desde París una cantidad de piezas de oro, y sacó una moneda, haciéndola brillar al sol. Necesitaba pan, necesitaba todo lo que fuese comestible: pagaría sin regatear.

Y paseaba su belleza de rubia fina con carnes de porcelana por los colmados y ventorrillos, tratando con una fraternidad exagerada a los cantaoras y rameras que intervenían en las juergas, exigiendo que la tuteasen, y riendo con nerviosa alegría de borracha cuando los hombres, embrutecidos por el vino, sacaban las navajas y las hembras se apelotonaban asustadas en un rincón.

Unos acababan de devorar las sopas, con las que engañaban su hambre; otros, tendidos, regoldaban satisfechos, creyendo en una digestión que no añadía nada al quebrantado vigor de su vida; todos aparecían embrutecidos, repugnantes, sin voluntad para salir de su estado; creyendo confusamente en el milagro como única esperanza, o pensando en una limosna cristiana que le permitiese un minuto de descanso en su desesperado rodar por la cuesta de la miseria. ¡Cuánto tiempo no había de transcurrir hasta que aquella pobre gente abriese los ojos y aprendiera el camino! ¡Quién podría despertarla, infundiéndola la fe de aquel pobre mozo que caminaba a tientas, con los ojos fijos en una estrella lejana que él solo veía!...

Embrutecidos por la monotonía del servicio y acostumbrados a ver en su amo un ente perfecto, incapaz de humanos yerros, ni pizca se asombraron los tres antiguos criados del brusco cambio sobrevenido en la casa durante la última noche. Los nuevos huéspedes eran casi tan tranquilos como sombras; diríase que apenas tocaban el suelo.

Tantos y tantos animales que vivían tranquilamente, se humanizaban y bosquejaban las artes; hoy día azorados, embrutecidos, hanse convertido en bestias. Los monos, reyes de Ceilán, cuya discreción tanta celebridad adquiriera en la India, son ahora unos salvajes horrorosos, ni más ni menos; el brahma de la Creación, el elefante, perseguido, esclavizado, queda reducido á una bestia de carga.