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Freya, que hasta entonces parecía embrutecida por el régimen de la prisión, despertaba al verse enfrente de una docena de hombres uniformados y graves. Su primer movimiento fué el de toda hembra hermosa y coqueta. Conocía su influencia física.

En las tardes calurosas de la Línea, le bastaba dar una orden para sacudir la embrutecida modorra de las cosas y los seres. «Que suba la música y que sirvan refrescos.» Y á los pocos minutos giraban las parejas á lo largo de la cubierta, sonreían las bocas, se iluminaba en los ojos un punto brillante de ilusión y de deseo. A sus espaldas sonaba el elogio.

Un dia, en presencia de varias señoras, la pobre viajera, como embrutecida por el mal, y acaso mas por el remedio, llegó á beberse siete vasos de brandy puro en el trascurso de tres horas! Cuanto puedo decir es que hasta el Irlandes y algunos oficiales ingleses se escandalizaban. En general la actitud de los viajeros era fría y reservada, durante los tres primeros dias, cosa muy natural.

Durante un minuto presté una atención embrutecida al ruido monótono del péndulo en que fijé mis ojos sin miradas.

Se había familiarizado con la posibilidad de este suceso durante los años de su vida en las Carolinas al lado del dañador. Apenas si lloró. Permaneció anonadada, embrutecida por la sorpresa. Maltrana, al volver a casa por la noche, vio sus ojos enrojecidos, como si al encontrarse sola sintiese con más intensidad la desgracia, entregándose largas horas al llanto.

Al recibir la noticia de la muerte de su marido, quedose anonadada, embrutecida, sin poder pronunciar una palabra ni derramar una lágrima. Después fue presa de la fiebre, el delirio, y al cabo de quince días murió. Juan se encontraba solo en el mundo a los catorce años.

Vino á poco el mismo César á herirte de muerte; cuatro siglos despues, los vándalos, ese terrible azote enviado por la mano de Dios para regenerar la embrutecida Europa.

Lo más peregrino es que aquella caballería, toda ignorancia y rudeza, tenía un notable instinto de la postura, sentía hondamente la facha del personaje, y sabía traducirla con el gesto y la expresión de su admirable rostro. Pero en aquella sazón, todo esto era futuro y sólo se presentaba a la mente embrutecida de Platón como presentimiento indeciso de glorias y bienandanza.

En un platillo que un lacayo había colocado reverentemente al lado de la victoriosa había un montón de cigarrillos consumidos, con boquilla de oro. Parecía embrutecida por su éxito, por la monotonía de aquella buena suerte incesante. El pianista mostraba cierta somnolencia en sus gestos y en su voz. El triunfo le parecía insípido después de la fuga del admirable griego.

Tu fuga me hizo ver una decadencia y una miseria que tenía olvidadas. Pero aun así, ¡gracias, muchas gracias! Te debo la única felicidad que he conocido. Vivía ella embrutecida por el desaliento, resignada a no conocer otra vez el amor, encanto de la existencia.