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Para , pues, es evidente que no por amor de ellos, sino por odio á nosotros, ambas Asambleas de la Unión los protegen. Y este odio, que deploro, es el que yo quisiera ver disipado. Tengo por innegable que en ningún corazón español, á pesar de los ultrajes recibidos, existe tal odio.

13 porque no los oidores de la ley son justos para con Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados. 14 Porque los gentiles que no tienen la ley, haciendo naturalmente lo que es de la ley, los tales, aunque no tengan la ley, ellos mismos se son ley,

Pues qué hay que extrañar que el Demonio que pudo moverles a estos tres míseros a tan execrables atrocidades queriendo ellos les moviera a un exterior furibundo, protervo, desesperado, que se mostrase despreciador de las llamas.

Los nobles los hace el reyLa duquesa replicó: «Barquín, eres un necio; ni el Papa puede hacer santos, ni el rey nobles. Santos y nobles se hacen ellos a propios. Lo que hacen el Papa y el rey es reconocerlos como santos y como nobles. Ni el Papa me puede hacer a santa, ni el rey noble a ti, aunque a me canonicen y a ti te otorguen un título de la Corona.

Allí se encuentran, en la biblioteca del duque, mil preciosidades de tipografía, escultura y antigüedades, y en una galería, cerca de 150 cuadros, casi todos de gran mérito, muchos de ellos delicadas miniaturas del arte flamenco y holandes.

Pronunciaron muy doctos y elocuentes discursos, pero nada averiguaron. Señor, dijeron al cabo todos ellos al Rey, postrándose humildemente a sus pies e hiriendo el polvo con las respetables frentes, somos unos mentecatos; haz que nos ahorquen; nuestra ciencia es una mentira: ignoramos quién sea el pájaro verde, y sólo nos atrevemos a sospechar si será acaso el ave fénix del Arabia.

Repetimos, pues, la advertencia, que ha de tenerse muy presente, de que el mérito singular de los dramas de Tirso no se encuentra ni en el arte con que está trazado su plan, ni en el arreglo ni unidad del conjunto, sino en la variedad y en el interés de las situaciones, en el vigor y la vida de los caracteres, en el colorido seductor de sus imágenes, en la agudeza inimitable de su ingenio y en el brillo de su dicción poética; que, por tanto, al exponer el argumento de cada uno de ellos, apenas se ve otra cosa que una especie de caput mortuum, y que sus defectos, en esta forma, son más aparentes que sus excelencias.

La vida se desarrollaba vigorosa y activa en ellos y en los vecinos bosques. Insectos de brillantes colores zumbaban en torno de hojas y flores; juguetonas ardillas suspendían sus escarceos para mirar al insólito caminante desde lo alto de las ramas, y ya se oía el gruñido del fiero jabalí en el matorral, ya el roce de las hojas secas pisadas por el gamo, que huía á todo correr.

Como yo me casé... vamos al caso, delante de la gente... y llevan los chiquillos de la mano, con la desvergüenza del mundo. ¡Anda, salero! ¿Y el arcebispo no los mete en la cárcel? ¡Si ellos son contra el arcebispo, y contra los canónigos, y contra el Papa de Roma de acá! ¡Y contra Dios, y los Santos, y la Virgen de la Guardia! Pero esa lavada de esa Píntiga... ¡malos perros la coman!

Allí fuimos felices muchas horas, y ellos, lo mismo que yo, es imposible olviden aquellas tibias tardes, entre aquella naturaleza, que tiene en su cielo toda clase de colores, en su suelo toda la variedad de plantas, y en su ambiente toda la diversidad de aromas que Dios alienta en los pulmones de las flores.