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Ganas tuvo de llegarse de súbito a la muchacha y de soltarle el pavo, esto es, de decirle sin ceremonia sus atrevidos pensamientos: pero Mutileder iba al lado de ella, mirando receloso a todas partes, con la barba sobre el hombro, en actitud desconfiada y hostil, y blandiendo un enorme y fiero garrote. La prudencia refrenó los ímpetus del marino fenicio.

Una parienta, la señorita de Sardonne. Una pobre huérfana que mi tía ha recogido. Nunca me habías hablado de ella. No... phs... es posible... No ha habido ocasión... ¿Te parece bonita? Interesante. ... ¿no es verdad?... pobrecilla... He aquí tu instalación, he aquí tu celda, amigo Fabrice.

Después, mientras el padre y los pequeños jugaban a la lotería, encerrose ella en el Camón, y allí, sentada, cruzados los brazos, la barba sobre el pecho, se entregó a las meditaciones que querían devorar su entendimiento como la llama devora la arista seca.

La obra era magna, había costado mucho y preciso era que los autores se cobrasen, presenciando por completo la alegre sorpresa de su madre... Llegó el ansiado día, y ocultando Lilí bajo su capita de pieles el magnífico regalo, entráronse ambos niños a hurtadillas en el estudio de su madre: allí solía venir ella todos los días antes de almorzar, bastante después de las doce, y era la ocasión más a propósito para darle la sorpresa.

Indudablemente, sin ninguna intención y sin oculto propósito, sin descubrir ni reconocer ella como causa de su cambio la impresión que Juan Maury le había hecho, y creyéndose impulsada por las amonestaciones y piadosos discursos del Padre García, no sólo había despedido a Arturito, sino que también se propuso no volver a recibir al gaucho y romper para siempre con él, aunque bien notaba, con cierto sentimiento entre lisonjero y penoso, que la segunda venida del gaucho a Río había sido por ella.

En vano reflexionó, concentrando su pensamiento. Y lo más bizarro fué que, por una misteriosa percepción, tuvo la certeza de que ella había hecho á la vez la misma descubierta. También le había reconocido, y se esforzaba visiblemente por darle un nombre y un lugar en su memoria.

Sólo tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere escribiendo; que, cuanto ella fuere más perfecta, tanto mejor será lo que se escribiere.

Eran preferibles los hombres vulgares que había conocido en otros tiempos; y cuanto más imbéciles, mejor. No volvería a enamorarse. Y cansada, perdidas las ilusiones, volvió a lanzarse en el mundo. La molestaba aquella leyenda galante de sus tiempos de locura; la furia con que corrían hacia ella los hombres, ofreciéndola riquezas a cambio de una pasividad amorosa.

Ves, Marta dije, deseando vengarme de su silencio y para darme cierta importancia, no has querido tener confianza en , me has tratado siempre como a una criatura, pero todo lo he adivinado, y, mientras te desesperabas, yo he obrado. Ella continuaba mirándome fijamente, desconcertada, sin comprender. Crees que Roberto no se inquieta por ti continué.

Ferpierre había hablado mirando al Príncipe. Este continuaba mudo y confuso; pero la joven replicó: ¿Se asombra usted de que en el momento de dejar para siempre una persona antes amada, el recuerdo del tiempo que se ha vivido junto con ella entristezca, conmueva, haga penoso el deber de la franqueza y retarde su cumplimiento?