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En León causó al principio sorpresa grande que el currutaco Miranda eligiese por amigo a un señor Joaquín, hombre en cuyos cuadrados hombros parecía soldada y remachada la chaqueta; más presto anduvo la malicia el camino necesario para llegar a racional explicación del fenómeno, y comenzó Lucía a recibir larga broma de sus compañeras, que la aturdían a fuerza de glosar la pasión del señor de Miranda, sus atenciones, sus obsequios y rendimientos.

Lazcano muy malvado de celada, Con ánimo endiablado se le queja, Diciendo no conviene que tuviese Por un tirano el mando, y desistiese. Y que él con los leales trataría, Que en nombre del Gran Carlos se eligiese, Y aquesto facilmente lo haría, Sin que persona alguna lo impidiese.

Yo quisiera ir a parar a un valle más pequeño que éste, pero más risueño todavía: el cielo siempre azul, la tierra llena de flores y animales hermosos que viniesen a comer a mi mano. Y vivir allí sola con Dios y las personas que eligiese para acompañarme.

Me colocaron en segundo lugar; pero como, según he dicho, no eran ésas mis inclinaciones, no hice gestión ninguna en Madrid para que se me eligiese dispensándome de la edad. »Esta era mi situación a principios de 1860, cuando apenas había cumplido veintidós años.

Sus padres, no menos ilustres en la sangre que en la piedad, le criaron en el santo temor de Dios y devoción á la reina de los Ángeles; y descubriendo en él una índole que prometía grandes esperanzas para los adelantamientos de su familia, le enviaron en edad tierna á la Universidad de Salamanca, donde con la cultura de las ciencias se hiciese apto para conseguir alguna dignidad eclesiástica ó secular, según el estado que eligiese.

El arzobispo de Bari, Bartolomé de Prignano, elegido irregular y violentamente para suceder en la silla pontifical á Gregorio XI, con el nombre de Urbano VI, á 9 de abril de 1378, sabiendo que la iglesia cordubense se hallaba vacante, se reservó la eleccion de prelado, prohibiendo que el cabildo lo eligiese.

Aparte el esmero con que se había atendido al regalo material del cuerpo, la ornamentación indicaba por doquiera el destino de las habitaciones: el gran salón de recepciones estaba decorado con el fastuoso gusto del monarca de Versalles; el comedor de ceremonia cubierto de tapices flamencos; el de familia, con grandes bodegones firmados por manos maestras; el despacho del duque, todo de ébano incrustado de bronce; los aposentos de la hija, tapizados de alegres y sencillas pero valiosas telas; y los de la duquesa exornados con tal gusto y riqueza, que ni el gabinete de raso negro con flecos de multicolores sedas, ni la sala de baño con jaspe y ónix argelinos, ni el tocador de azulados cortinajes, hubieran sido mejores si los eligiese el arte para albergar a la belleza.

Quién solicitaba humildemente la honra de tener por su abanico, quién extendía la levita sobre la yerba para que se sentase; los unos corrían a buscarle un vaso de agua cuando tenía sed y se lo presentaban con azucarillo y gotas de azahar, o con anís o con jarabe de grosella, para que eligiese; los otros se consideraban felices con que de lejos les enviase una ligera sonrisa.