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En la parte posterior de la casa continuaba el jardín hasta el punto en que empezaba el monte de frutales y era de tal modo vibrante y compacto, si puede decirse, casi aturdidor, el cantar matinal de los pájaros, que hizo exclamar a Lorenzo: Parece una pajarera esta casa. ¿Has visto?... ¡Cuánto pájaro! ¿eh?

No importa, lo guardaré en el fondo del pecho y allí lo tendré sin comunicárselo a nadie, como un recuerdo precioso de usted. ¡Anda! ¡Cualquiera diría que es usted gallego! Con esas palabritas gitanas, más parece usted un gaditano. ¿El nombre? Nada, no quiero que se lo guarde usted en el pecho. Le va a producir catarros. Guasitas, ¿eh? Además, ¡quién sabe los que tendrá usted ya ahí almacenados!

De la calle Alta. Y tu padre, ¿cómo se llama? El tío Magano. Pero ¿cuál es tu nombre de pila? ¿De qué pila, usté? De la de bautismo, animal. Otra, ¿qué yo?... ¿Me da la punta! ¿Conque fumas, eh? ¡Ay, qué contra!...; ¿quiere ver como las tapo?

Y allá fué Monote otra vez, trotando y tirando del ronzal delante del pobre caballo, cada vez más aburrido de tantos paseos. ¡Qué meneo! ¿eh? dijo el gitano . ¡Si parece una marquesa en un baile! ¿Y eso vale para usted veinticinco duros?... Ni un chavo más repitió el testarudo. Monote... vuelve. Ya hay bastante.

Al salir del gabinete, la joven exclamó: ¡Ah! ¿Estaba usted ahí duque? ; no he querido sorprender secretos de Estado. ¡Y que lo diga! ¿Verdá usté? dijo la ex florista echando una mirada significativa a la modista. Esta sonrió discretamente y se fué. El duque abrazó por el talle a su querida y la llevó al gabinete. ¿Cómo te va, chiquita? ¿Bien, eh?

Sería menos peligroso tratar de aprisionar leones ó tigres, que vivir en buena inteligencia con ella ... ¡Oh! ya veo que se ha hecho de miel contigo; cuando quiere, sabe ser amable.... pero eso es imposible que dure ... yo lo bien.... He tratado de domarla durante seis semanas y tuve que apelar á la fuga ... ¿Te habrá dicho que soy un bandido, eh? Todo lo contrario.

¡Qué no tienes cabellos!... ¿Y esto qué es? replicaba levantando su pelo, y poniéndolo erizado como una escoba. Hablo de mis fuerzas. ¿No tienes fuerzas, eh? A ver: saque usted esos brazos. El, riendo, se despojaba de la americana, y remangándose la camisa mostraba sus brazos enormes de gladiador, donde la musculatura tomaba brioso relieve como un espeso tejido de cuerdas.

¡Qué veo! exclamó D. Paco con súbita exaltación . ¿No es aquel mozalbete el propio D. Diego; no es mi niño querido, la joya de la casa, la antorcha de los Rumblares?... ¡Eh... D. Dieguito, aquí estamos..., venid acá! En efecto; cuando estuvimos cerca, no nos quedó duda de que el mozuelo bailarín era D. Diego en persona. Nos vió, y al punto vino corriendo para abrazarnos a todos con mucha alegría.

Traed un martillo. Alguien fué por el martillo. ¡Eh, vosotros! volvió a gritar Tristán ; os advierto que estamos armados, que somos dueños de la Santa Bárbara, y que hay tres toneles de pólvora. No os atacamos porque no queremos hacer una matanza inútil; pero tened en cuenta que podemos hacer saltar el barco. La amenaza hizo su efecto.

Vuestro tío no habría consentido en tomar el mando de una almadía. ¡Eh, Van-Horn! gritó en aquel momento el Capitán, que seguía en el timón . ¿No te parece que el junco está algo tumbado de estribor?