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Sin duda la han limpiado en común para quitarle el vaho del mar... Maltrana continuó, después de una breve pausa: Esa señora que entra retrasada, tan alta y buena moza, es una chilena, ¡Qué mujer!, ¿eh, Ojeda? ¡Qué cuello, qué andares de reina, qué brillantes!... Pero no hay ilusiones posibles.

Al encontrar el doctor varias veces á Jaramillo inmóvil en la puerta de su casa, mirando desde el otro lado de la cancela al famoso pájaro, le había hecho pasar para mostrárselo de cerca. ¡Qué joya! ¿eh?... decia con orgullo . Me cuesta más oro que pesa. Es una verdadera casualidad tener uno vivo.

No marearíais siempre con toda la tela, ¿eh? ¿A que habéis arrizado a la salida de Liverpool? ¡Conozco, conozco el paño! Respondía Gonzalo con distracción a las preguntas, que, por otra parte, entendía a duras penas. Iba cabizbajo y melancólico. Observándolo al fin su tío, se paró en firme y dijo: ¿Qué tienes, Gonzalito? Parece que estás triste. ¿Yo? ¡Ca! No, señor. Juraría que .

Mientras su mirada se perdía en el fondo del capazo que Nelet tenía abierto a sus pies, decía con la risita burlona que a doña Manuela, según confesión propia, le «requemaba la sangre»: De compras, ¿eh...? Yo también voy danzando por el Mercado hace más de una hora. ¡Válgame Dios, cómo está todo!

El arte brillaba para ellos como un rayo de sol en el ambiente gris y monótono de la catedral. Al encontrarse en el claustro por las mañanas, el diálogo era siempre parecido entre los dos amigos. A la tarde, ¿eh? decía misteriosamente el maestro de capilla . Tengo papeles frescos. Vamos a paladear una novedad que me traerán hoy. Además, escribí anoche una cosita.

Entretanto, el ministro paladeaba el te, y decía: ¿Qué le parece esta bebida, amigo? Buena, ¿eh? también me he hecho llevar algunos paquetes a casa, porque es un te delicioso, y a mi mujer le gusta mucho. Y don Bernardino, elogiándolo como se merecía, aunque estaba tibio y revuelto y muy cargado, te de negro, en fin, creyó llegado el momento de dar el empujoncito que se había propuesto.

Hasta ahora, Sajió ha sido un pueblo dominado por la teocracia; mucha novena, mucho sermón, mucho rosario, y no pensaj para nada en el fomento de sus intereses, ni en aprender nada útil. Es necesario salij cuanto más antes de esta situación, ¿eh? Es necesario sacudij el yugo teocrático. Un pueblo dominado por los curas, es siempre un pueblo atrasado... y sucio.

¡Ya lo creo! pero así como nuestra economía animal nos exige alimentos que se llaman pucheros, bifes, carbonada, locro ¿te gusta el locro? ¿qué rico es con pedacitos de cordero, eh? bueno, pues lo mismo nuestro ser moral reclama sus alimentos espirituales, que se llaman: resignación, esperanza, jovialidad, ¡risa, ché! ¡risa!... ¡mucha risa! Es muy fácil decirlo. ¡Y hacerlo!

Conque aquí tenemos al amigo Esteven repuso; un traguito, ¿eh? , hombre, pruebe este Jerez, que no es malo; he de preguntarle al Habilitado dónde lo hace comprar, para que me mande a casa algunas cajas. ¿Y estos cigarros? ahí va uno; si quiere se lleva la caja; también voy a decirle al Habilitado que me mande una partidita de mil, porque es raro encontrarlos tan en su punto y tan sabrosos como éstos... ¿Qué dice, mi amigo?

Me dirigí rápidamente al punto donde me esperaba Sarto, y en el momento de tocar la orilla un penetrante silbido detrás de , al lado opuesto del foso. ¡Eh, Máximo! gritó una voz. Llamé a Sarto por lo bajo, cayó la cuerda en el bote y con ella até el cadáver. Después salté a la orilla.