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Ante todo conviene notar que en los ejemplos aducidos, de nada nos sirve el tacto para desvanecer la ilusion, siendo aun menos á propósito que la vista. En efecto: quien no poseyese sino el sentido del tacto, ¿cómo podria distinguir el movimiento de la embarcacion, que se desliza suavemente á lo largo de un canal?

»Hace unos seis meses, mi madre me presentó en una casa donde debía encontrar una señorita llena de cualidades y limpia de todo defecto. Encontré, en efecto, una encantadora joven, de una elegancia perfecta, amable, graciosa, alegre, y, en una palabra, enteramente seductora.

Este rasgo característico de su fisonomía, que proviene de la influencia de un pueblo no europeo, y es efecto de la unión de los dos elementos oriental y occidental, la distingue de una manera singular.

Abriola, y lo era en efecto. La firmaba don Claudio Fuertes y León, y decía lo que podrá ver el lector, si es curioso, en el siguiente capítulo. De lo que escribió desde Villavieja Don Claudio Fuertes y León, a Don Alejandro Bermúdez Peleches

Vos tenéis el corazón hecho pedazos, yo también; vos amáis, yo también amo; pero amo con más heroísmo que vos, y lo sacrifico todo á mi amor... todo... hasta los celos. Venís muy donosamente loco, tío; yo creí que os habríais dejado á la puerta de mi celda vuestros cascabeles de bufón. En efecto, ni aun en los bolsillos los traigo.

En efecto, una noche en que la dolencia de doña María se había agravado de una manera tal que los médicos no la daban más que algunas horas de vida, me casé, junto á su lecho, con don Hugo, representándole el amigo que para ello había enviado.

Si Virués hubiese sido consecuente con estas ideas en las demás partes de su obra, sin perder de vista su objeto, su Dido sería, sin duda alguna, el primer ejemplo de una tragedia verdadera de la época moderna; pero era imposible lograrlo trazando intrigas amorosas, que dañan á la acción principal, é impiden que se obtenga el deseado efecto.

Y, en efecto, la Casa de las Conchas fué primero de los Maldonados, señores de Barbalos; luego la heredaron los Marqueses de Valdecarzana, y hoy la posee el cinco veces Grande de España, Conde de Santa Coloma, en su calidad de Conde de las Amayuelas.

Ya ve usted si tengo razón en seguir apartado de la política. En cuanto al otro consejo capital de usted, nada tengo que objetar. En efecto, debo casarme; pero yo no quiero casarme por casarme.

Miraba a los tres caballeros, que se habían detenido algo más arriba, junto al jardín de Casa Riera. Parecía que se despedían. En efecto, dos siguieron hacia la Presidencia, y el del gabán claro bajó por la calle de Alcalá. ¡Instante tremendo, que no olvidaría jamás D. José Relimpio aunque viviera mil años!