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Respondió don Quijote: -Has de saber, Sancho, que este barco que aquí está, derechamente y sin poder ser otra cosa en contrario, me está llamando y convidando a que entre en él, y vaya en él a dar socorro a algún caballero, o a otra necesitada y principal persona, que debe de estar puesta en alguna grande cuita, porque éste es estilo de los libros de las historias caballerescas y de los encantadores que en ellas se entremeten y platican: cuando algún caballero está puesto en algún trabajo, que no puede ser librado dél sino por la mano de otro caballero, puesto que estén distantes el uno del otro dos o tres mil leguas, y aun más, o le arrebatan en una nube o le deparan un barco donde se entre, y en menos de un abrir y cerrar de ojos le llevan, o por los aires, o por la mar, donde quieren y adonde es menester su ayuda; así que, ¡oh Sancho!, este barco está puesto aquí para el mesmo efecto; y esto es tan verdad como es ahora de día; y antes que éste se pase, ata juntos al rucio y a Rocinante, y a la mano de Dios, que nos guíe, que no dejaré de embarcarme si me lo pidiesen frailes descalzos.

Al fin el arriero le dice: «Vea ahí... abajo..., entre los pastos...» Y, en efecto: fijando la vista en el suelo, y a corta distancia, vense asomar una, dos, tres, diez cruces seguidas de cúpulas y torres de los muchos templos que decoran esta Pompeya de la España de la Edad Media.

La emoción de belleza es al sentimiento de las idealidades como el esmalte del anillo. El efecto del contacto brutal por ella empieza fatalmente, y es sobre ella como obra de modo más seguro. Una absoluta indiferencia llega a ser, así, el carácter normal, con relación a lo que debiera ser universal amor de las almas.

Nada satisfecho salía el duque de esta conversación, cuando a la puerta le detuvo el general Santa María. Duque le dijo , ¿habéis visto cosa semejante? ¿Qué cosa? preguntó escamado el duque. ¡Qué cosa, preguntáis! , lo pregunto y deseo respuesta. ¡Un coronel de veintitrés años! En efecto, es algo prematuro contestó el duque sonriéndose. Es un bofetón al Ejército. No hay duda.

Rióse Roger de los fantásticos conocimientos canónicos del veterano, á quien preguntó si la valiente Guardia Blanca había llegado en efecto hasta Avignón y doblado la rodilla ante el sucesor de San Pedro. No lo dudes, chiquillo, contestó Simón. Dos veces he visto yo al Papa Urbano con mis propios ojos.

¿No oyó usted, D. Andrés? Parece que viene gente... No nada. Ambos quedaron atentos, silenciosos, sin pestañear siquiera. Después de un rato, los dos percibieron, en efecto, confuso rumor de voces allá abajo, entre los castañares. Vienen a buscarnos dijo la joven empalideciendo.

En completa reducción, y estando las islas al mando de Madrazo, llegó el siglo XVIII, á cuyos principios se aumentaron escuelas, se perfeccionaron las obras de las iglesias, se levantaron almacenes, se abrieron caminos y se ultimaron cuantas construcciones habían estado abandonadas por efecto de la guerra.

A la nueva faz que tomarán todas las cosas ha de preceder cierta universal conflagración de amor, tan vagamente descrita, que no acierto yo a interpretar lo pronosticado por el poeta, y si la conflagración será en efecto amorosa y suave al destruir lo antiguo, o si lo destruirá con materiales incendios, estragos y muertes.

El sacerdote se encendió como una amapola, y volviendo prontamente la cabeza, repuso con aspereza mirando a las tablas del confesonario: Bueno, bueno... Deje usted... Me parece excesivo, en efecto... Absténgase en adelante de hacer tales penitencias sin consultarlas antes con su confesor.

Así sucedió, en efecto; el cansancio paralizaba ya el brazo de Roger, su adversario comprendió que había llegado el momento de dar un golpe decisivo y oprimiendo con fuerza el puño de su acero, saltó hacia atrás para ganar el espacio que necesitaba.... Aquel movimiento salvó á Roger; su adversario había retrocedido sin cesar desde la renovación del combate y llegado sin saberlo á la misma orilla.