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4.ª Casándose jóven tu hija, se atempera con mucha menos dificultad al carácter y á las costumbres de su marido; y con mucha menos dificultad puede recibir esta segunda educacion, infinitamente más peligrosa, más difícil y más importante que la primera. ¿Crees , padre de tu hija, que sólo la educas? Estás en un error gravísimo.

Volvía de la emigración muy latino. Afortunadamente allí estaba él para corregir aquella educación viciosa. Despidió a doña Camila y se encargó de la instrucción de su hija. En el extranjero se había hecho don Carlos más filósofo y menos político. Para España no había salvación. Era un pueblo gastado. América se tragaba a Europa, además.

Antes de atacar o defender la educación laica de las escuelas públicas, parece útil conocer lo que fué la educación del pueblo filipino bajo la dirección religiosa y luego saber qué resultado se obtuvo, es decir, cómo se transformó el hombre sometido a tal sistema, después de más de tres siglos de práctica.

Lo que había empezado como ensueños de esperanzas, degeneró en pesadilla de horrores futuros, sustentados y acrecentados por una gerarquía de profesionales en las cosas del otro mundo, que llegaron a constituirse en un segundo poder público, que enseguida vino a ser el más fuerte de los dos, para empezar a declinar, a su turno, cuando empezó a elaborarse la civilización moderna, que tiende a suprimir la tristeza, el dolor, la pobreza de espíritu, la miseria, el miedo y el castigo por la educación, la instrucción y la dignificación.

¿Deseaba quizá alguna vez volver a su casa? No le hubiera desagradado por motivo de sus niños, pues hubiese querido darles alguna educación. Ella les había enseñado algo, pero no mucho a causa de la excesiva ocupación. Estaba convencida que el hijo sería, como su padre, fuerte y alegre: temía que la niña se pareciese más bien a ella.

Para que todo fuera contrapuesto y antagónico en estas dos dinastías de Villavieja, hasta en el arte y la traza andaba la una al revés de la otra. Ya se ha visto que los Vélez eran largos, huesudos, blancos, solemnes y fríos como estatuas sepulcrales. De estilo y de educación, como de estampa y de pelo.

¡La educación inglesa! decía Milord abriendo mucho la boca para marcar su admiración. ¡Una gran cosa! Hay que ver lo que sabe la chica... Es verdad que acostumbrada á tantas finuras, se aburre aquí entre brutos. Pero, de mi para usted, don Luis, yo tengo mi plan, mi ambición, y es casarla con algún señor de la compañía.

En honor de la verdad, nada había que decir contra su educación ni contra su carácter: hacía muy buena enferma. No pedía nada; tomaba todo lo que le daban, y si se le preguntaba: ¿Cómo estás, Anita? Algo mejor, señora contestaba la joven siempre que podía. Otras veces no contestaba porque le faltaban fuerzas para hablar. Y a veces no oía siquiera.

El vulgo admirador se sobrecoge por un especie de pavor sagrado; el liviano superficial sale haciendo asquillos, porque sus ojos no han visto mas que los materiales despojos de la humanidad; el ilustrado naturalista contempla absorto el prodigio de este fenómeno físico; y el sabio, que penetra el poder de las pasiones y la moralidad de las acciones humanas, esperimenta en su presencia un recogimiento respetuoso, que evocando los pensamientos mas serios, le hace esclamar en el silencio de su corazón; ¡Padres de familia! procurad con la educación, con vuestro ejemplo, con la persuasión y hasta con vuestra autoridad, precaver a vuestros hijos del trato e inclinaciones con aquellas personas, que vuestra prudencia no juzgue convenientes para unir con ellas la sangre, la fortuna y el nombre de vuestra alcurnia; pero si vuestro descuido, o la imperiosa voz de la naturaleza, en fuerza de irresistibles simpatías, han llegado a crear la necesidad de la unión de dos almas sensibles, respetad este inesplicable enajenamiento del amor, esta pasión que consume y alienta, que no se enciende mas que una vez en la vida, y que sacrificada con violencia, termina desastrosamente castigando la terquedad de los padres con dolorosos remordimientos, que les acompañan hasta las tristes sombras del sepulcro.

¡Cuántas veces, al atravesar Madison Square o los espacios sin fin del Central-Park, al verme rodeado de innumerables criaturas rubias, rosadas, respirando a pleno pulmón ese aire vivificante, encarnizadas en todos los juegos infantiles conocidos, he pensado en nuestros hijos, metidos entre los cuatro muros de la casa, creciendo sin color, como flores de invernáculo, sin más recurso que ir a sentarse sobre un triste banco de plaza, para ser retado por el gendarme apenas su piececito travieso pisa el césped amarillo y sediento! ¡Cuántas veces he envidiado esa educación física, desenvuelta a favor de las garantías y seguridad que arraigan la conciencia del derecho y comunican la confianza en la propia fuerza!