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Huyó Benina de un brinco, viendo cerca de las patas traseras de un grandísimo burro, que dos gandules apaleaban, como para conocerle las mañas y proveer a su educación asnal y gitanesca, y se fue hacia las casas que le indicó con un gesto el de la perfecta dentadura. Arranca de la explanada un camino o calle tortuosa en dirección a la puente segoviana.

Eso vendrá con el tiempo y el uso y el trato. Pronunciar mal una palabra no es vergüenza para nadie, y la que no ha recibido una educación esmerada no tiene la culpa de ello». Fortunata estaba pasando la pena negra con aquella visita de tantismo cumplido, y un color se le iba y otro se le venía, sin saber cómo contestar a las preguntas de doña Lupe ni si sonreír o ponerse seria.

A más de esto, le asediaba el partido con sus exigencias de disciplina, gozaba del afecto del jefe, a cuya tertulia no le era lícito faltar, y tenía que ocuparse de la educación de sus hijos, dos muchachos irreprochables, que profesaban las ideas sanas de su padre y merecían los elogios de sus antiguos maestros, los buenos sacerdotes de la Compañía.

La buena educación de la juventud es la parte principalísima para conseguir la civilidad, porque de los viejos, o casi viejos, poco o nada se podrá conseguir.

Trampeta miró al funcionario con la mezcla de asombro y de gozosa ironía que las personas de educación inferior muestran cuando oyen a las más elevadas decir una simpleza gorda.

Al poco tiempo, el discípulo hablaba correctamente el español. Parecía haberlo aprendido con rapidez para burlarse mejor de su hidalgo maestro. El padre contribuía también á la educación del heredero de los Lubimoff con lo único que él podía enseñarle.

Ya he hablado con la santa. Yo le pensiono, para que se le educación y una crianza conveniente. Aprenderá un oficio, y quién sabe, quién sabe si una carrera. Todo está en que saque disposición. Paréceme que no te entusiasmas con mi idea.

Negarla lo que pedía hubiera sido conducirse como un hombre sin educación y sin delicadeza. No pensaba que consentir en habitar la Celle-Saint-Cloud en verano, aunque fuese en edificio separado, y en invierno en la calle de Courcelles, aun en otro piso que Clementina, era consentir en la proscripción de Roussel.

PANTOJA. Esa luz que usted cree inteligencia, no lo es. Es tan sólo el resplandor de un fuego intensísimo que está dentro: la voluntad. Con esta fuerza, que debo a Dios, he sabido enmendar mis errores. EVARISTA. Después de la confidencia que me hizo usted anoche, veo muy claro su derecho a intervenir en la educación de esta loquilla...

Hablo con formalidad. ¿Por qué no he de exponer yo á V. formalmente un caso de conciencia? Porque todo hombre de cierta educación, criado en el seno de la sociedad cristiana, aunque haya perdido la fe en Nuestro Señor Jesucristo, tiene la conciencia tan clara como yo, y no hay caso que no resuelva por , sin necesidad de consultarme.