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Los duques de Osuna y Alba tienen bibliotecas particulares repletas de tesoros y primores, y casi nadie las visita ni consulta. Entre las cinco ó seis públicas que pude ver debo citar la nacional y la del Congreso. La primera, casi escondida en un rincon de Madrid, en un pobre edificio, está muy mal alojada y en completo desórden.

Fueron tales sus gritos y repitió tanto su nombre para inspirar confianza, que al fin sonaron pasos en el interior del edificio y asomó á una puertecita el rostro arrugado y cobrizo de la madre de Cachafaz. Otras criadas y peones de la estancia, todos mestizos, fueron surgiendo de sus escondites, balbuceando respuestas ininteligibles ó persistiendo en un silencio de terror.

Sin embargo, lo que con más frecuencia se veía á la entrada del edificio, si era en verano, ó en las habitaciones interiores, si era en invierno, ó reinaba mal tiempo, era una hilera de venerables figuras sentadas en sillones del tiempo antiguo cuyas patas posteriores estaban reclinadas contra la pared.

Lucía corrió al balcón, y pálida esta vez como la cera, se quedó allí mirando con ojos extraviados el edificio que enfrente de tenía. Sardiola la siguió, y hasta la enferma volvió la cabeza con curiosidad.

No nos dicen en verdad los analistas cordobeses en qué se fundaba la vulgar opinion de no poderse continuar la fábrica tantos años atrás comenzada: veamos si el edificio mismo nos lo revela.

Finalmente, no pudiendo penetrar en el colegio, amontonaron al rededor de él, á pesar del fuego activo de los sitiados, cuanto sebo encontraron en los almacenes, y las llamas no tardaron en apoderarse del edificio. Forzado á salir el gobernador murió á manos de los indios junto con la mayor parte de sus soldados.

En la taquilla hubo alborotos, peleas, se habló de filibusterismo y de razas, pero no por eso se consiguieron billetes. A las ocho menos cuarto se ofrecían precios fabulosos por un asiento de anfiteatro. El aspecto del edificio profusamente iluminado, con plantas y flores en todas las puertas, volvía locos á los que llegaban tarde, que se deshacían en exclamaciones y manotadas.

-Eso no, Sancho -respondió don Quijote-, que el necio en su casa ni en la ajena sabe nada, a causa que sobre el aumento de la necedad no asienta ningún discreto edificio.

Cuando sentía cansancio, después de esta contemplación nocturna, se iba al fondo del edificio para tenderse en un blando colchón formado con dos mil ochocientos colchones del país. También podía envolverse en una manta cuyo grueso estaba formado con cinco de las que empleaban las muchachas del ejército cuando salían de maniobras.

Fuera del edificio estaba toda la servidumbre, aterrada aún por la tempestuosa explosión de cólera del Hombre-Montaña. Muchos de los atletas semidesnudos se aproximaron á Flimnap con los brazos en alto. ¡No entre, doctor! gritabanLe va á matar! Vió también á un grupo de hembras membrudas y malencaradas, reconociéndolas como pertenecientes á la policía.