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Burlando burlando desgarra él mismo su obra; se deplora que así lo haga, pero con un pincel poético, que se asemeja á una varita mágica, evoca en un instante á nuestra vista un nuevo edificio más bello que el anterior; nos arrebata en sus escenas, más seductoras la una que la otra, y de placer en placer y de sorpresa en sorpresa, nos obliga, contra nuestra voluntad, en vez de irritarnos contra él, á agradecerle el goce que nos proporciona.

La Europa, al reconocer en 1831 la independencia belga y la neutralidad perpetua del país, dió un golpe mortal al edificio levantado por los déspotas en 1815, al mismo tiempo que aseguró la existencia de un pequeño pueblo que ha sorprendido al mundo con el noble espectáculo de su libertad y sus progresos de todo género.

El Convento de Monjas Claras, de arriba, fundado por los Reyes de Aragón D. Pedro IV, y D.ª Leonor en 1367; tiene una Iglesia de tres naves, en donde se ven algunos frescos de Vicente Vidal: su titular es Santa Catalina Martir, cuya imagen se halla en el lienzo del altar mayor: todo el edificio revela la antigüedad y magnificencia de sus reales fundadores.

La fundación, dotación y construcción del colegio de los Jesuitas ocuparon la atención del célebre Prelado de que hablamos, en los últimos años de su Pontificado, y la dirección y política de aquellos P. P. consiguieron en siete años ver levantada su fábrica y edificio con la mayor magnificencia, empleando en dicha obra mas de ciento trece mil pesos, sin contar las pinturas y alhajas que se colocaron después en la Iglesia y en el Oratorio, sagrados lugares que justamente llaman la atención del viagero.

La sombra de la Residencia madre, de aquel edificio semejante a un cuartel, en el que se reunían los comisionados del jesuitismo, llegando de todos los puntos de la tierra, cuando había que elegir un nuevo General de la Orden, parecía proyectar su sombra sobre el valle y las montañas, formando los pobladores á su imagen.

Sobre aquellas almenas había un cuerpo de edificio coronado por una montera de pizarras; en aquel cuerpo de edificio, había una ventana: en aquella ventana el viento ondeaba un pañuelo encarnado. ¡Oh! ¡la señal de muerte! exclamó el bufón.

Cada cual se apresura a traer aquí una piedra para contribuir al loco edificio. ¿No oyes ya la confusión de las lenguas? El inglés, el alemán, el español, el italiano, el... ¡Babel la nueva! Empiezan a no entenderse.

La nieve caía tras los cristales; pero en el gran edificio del tribunal hacía calor. Había mucha gente, y los que frecuentaban el tribunal en cumplimiento de su deber como, por ejemplo, los reporteros judiciales se hallaban allí muy a gusto.

Ocupaban los diputados el pavimento, la presidencia el presbiterio y los altares estaban cubiertos con cortinones de damasco, que los escondían, lo mismo que a las imágenes, de la vista del público, como objetos que no habían de tener aplicación por el momento. El arquitecto Prast, reformador del edificio, discurrió también sin duda que a los santos no les haría mucha gracia aquello.

Pero el edificio era vastísimo, y proporcionalmente era pequeña la porción de él que se conservaba amueblada y habitada.