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Porque no exigimos demasiado de la vida; porque no suspiramos en pos de una felicidad alambicada. Es opinó la marquesa porque solemos tener todas las aficiones propias de nuestra edad. Es dijo Rita porque cada uno hace lo que le da la gana. Es observó la condesa porque nuestro hermoso cielo derrama el bienestar en nuestro ánimo.

Tengo veintiocho años, Eduardo mío, y, lo que es más raro a esta edad, la experiencia de una docena de años de desgracias. He vivido de prisa, porque mi sensibilidad, que era mi vida, se ha consumido en ensayos infructuosos y en efectos estériles.

Y esos niños que reciben el bautismo de la ciencia a la edad en que otros países se juega al trompo, y afirmándose en el título que pregona su ciencia ya no estudian más, son los intelectuales que han de dirigirnos y salvarnos, los que mañana serán legisladores y ministros. ¡Vamos, hombre, que hay para reír! Gabriel no reía, pero el Vara de plata y los demás celebraban sus palabras.

Se puso a escribir largo el hombre de La Edad de Oro, como quien escribe una carta de cariño para persona a quien quiere mucho, y sucedió que escribió más de lo que cabía en las treinta y dos páginas.

Y Gregoria, que dice... Estas mujeres son de lo más infeliz que ha echado Dios a la tierra; las hay vivas y aun de talento, ya lo creo, pero a la que sale tonta, y son muchas, el animalillo más miserable de la creación la gana en malicia... Gregoria es tonta de remate, de una candidez evangélica, y se traga cada rueda de molino, que da miedo; la pobrecita no tiene más defecto que sus celos ridículos que, francamente, no sientan a su edad, pero es buena, y me quiere, eso ; ¡me lo ha probado muchas veces!

Entendían que la preferencia de un oficial de infantería tan bizarro constituía un honor que irradiaba sobre toda la familia y las colocaba en situación ventajosa frente a sus amigas o conocidas. Pero al mismo tiempo consideraban que, siendo Emilita la última en edad, no le correspondía tener novio y mucho menos casarse sino después de sus hermanas.

Todo es sombrío en aquella selva, que resguarda únicamente la montaña descarnada, en cuyo muro, azotado por las lluvias y el viento, anotan los años su edad. Detrás de una colina hay un campo labrado, cuya tierra seca y sin vida deja ver el arado cuando por ella pasa. Ni capas de verdura, ni rocío en el bosque, ni fuentes murmurantes.

Sin embargo de los defectos que se ven en sus obras, ocasionados todos por el mal gusto que tenia oprimidos á los ingenios en aquella edad, son notables aquellas de sus composiciones poéticas en que derramó la mas sana i pura filosofia con propósito de doctrinar en ella á sus lectores.

Si Sarah Bernard asegura que para hacer bien el papel de la emperatriz Teodora se atiborra de crónicas en griego, se traga el Digesto y hace de él una buena digestión, y hasta interviene en el tejer de las telas con que han de hacerle los trajes procurando que sean tejidos según el estilo y manera con que en la edad de Narsetes y de Belisario solía tejerse, yo doy por cierto que Sarah Bernard embroma a la gente a quienes semejantes cuidados y esmeradas faenas refiere.

Francisca Cortés, Doncella, hija de Agustín Cortés de Rafael, alias Bruguea, mercante de oficio y de Isabel Terongí su mujer, natural y vecina de esta Ciudad, de edad de diez y ocho años, presa por judaizante. Salió en forma de penitente con sambenito de dos aspas y vela verde en las manos.