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Aquella lucha diaria desde hacía tres años le había echado a perder el estómago. Estaba aún agitado, convulso. Su risita sardónica de las sesiones, la calma despreciativa con que afectaba escuchar los discursos de sus contrarios, era pura comedia.

Se doblaba la hoja. No había que pensar en el préstamo. A la estúpida pregunta del veraneo contestó la señora con la primer sandez que se le vino a la boca. En aquel momento sentía tanto calor que se habría echado en remojo para impedir la combustión completa de su cuerpo todo. «Hija, hace aquí un bochorno horrible». Espere usted, entornaré las maderas para que entre menos luz.

Ya que la longaniza había pringado y comídose las pringadas, sacó un maravedí de la bolsa y mandó que fuese por él de vino a la taberna. Púsome el demonio el aparejo delante los ojos, el cual, como suelen decir, hace al ladrón, y fue que había cabe el fuego un nabo pequeño, larguillo y ruinoso, y tal que, por no ser para la olla, debió ser echado allí.

Luego hizo de memoria diferentes cálculos y operaciones, que aun para los más peritos no son coser y cantar. Uno de aquellos maestrazos, queriendo apurarle, le echó el cálculo de radicales numéricos, y como si le hubieran echado almendras. Lo mismo era para él la raíz enésima que para otros dar un par de brincos.

A la derecha veíamos distintamente la ancha faja cenicienta de las aguas del Lütschina, afluyendo sobre la ribera izquierda del lago como un reguero de ceniza echado sobre el verde tapiz de una pradera.

La arrogante figura de esbelto talle, con el tronco echado atrás para dar mayor fuerza a sus palabras, produjo en la muchedumbre el mismo efecto que la arenga más elocuente.

Levantóse muy paso con su garrote en la mano, y al tiento y sonido de la culebra se llegó a con mucha quietud, por no ser sentido de la culebra. Y como cerca se vio, pensó que allí en las pajas, donde yo estaba echado, al calor mío se había venido.

En un habar, entre las matas, un labriego va entrecavando la tierra dura. Sobre una manta, echado en el lindero, cabe a un cantarillo de agua, un perro gruñe sordamente cuando me acerco. Buenas tardes grito al labriego. Buenas tardes, señor contesta. Luego se allega, y hablamos sentados mientras él fuma. ¿No tiene usted agua para regar sus tierras? le pregunto.

No llovió. El toldo gris del cielo continuó echado sobre el pueblo todo el día. Una hora antes de obscurecer salió la procesión del Entierro de la iglesia de San Isidro.

Esta es la conclusion, que por otra parte debe deducirse de las infiltraciones que siguen al marasmo, de la necesidad de estar sentado ó echado, de la pesadez en todo el cuerpo, de la debilidad intelectual y física, de la sensacion de frio, y de la facilidad á resfriarse.