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Cuando un laurel los déspotas levanten Y en medio de los brindis de la orgía El triunfo impío en su insolencia canten, Fulmine su tremenda profecía, Y anuncie con su voz aterradora De libertad la celestial aurora.

Si los oprimidos no hubieren tenido donde templar las energías y crearse un alma fuerte contemplando la tierra y sus grandes paisajes, la iniciativa y la audacia hubieran muerto ha muchos siglos. Todas las cabezas se hubieran inclinado ante unos cuantos déspotas y todas las inteligencias hubieran caído en una indestructible red de sutilezas y mentiras.

La Europa, al reconocer en 1831 la independencia belga y la neutralidad perpetua del país, dió un golpe mortal al edificio levantado por los déspotas en 1815, al mismo tiempo que aseguró la existencia de un pequeño pueblo que ha sorprendido al mundo con el noble espectáculo de su libertad y sus progresos de todo género.

Se había irritado vivamente al escuchar los sollozos de su doncella. Estefanía era su predilecta, a quien distinguía entre todos los criados y confiaba gran parte de sus secretos. Como todos los déspotas presentes y pasados, estaba dominada sin darse cuenta de ello.

La melancolía era el castigo impuesto por la Naturaleza a los déspotas de la decadencia occidental. Cuando un rey tenía cierta predisposición artística, como Fernando VI, en vez de gustar la alegría de vivir, moría de tristeza escuchando las arias de tiple con que le arrullaba femeninamente Farinelli.

Después pasaron los guardias porta-espada, llevando con la punta en alto y sostenidos por sus dos manos cerradas sobre el pecho unos mandobles enormes que brillaban lo mismo que si fuesen de plata. De los tiempos del Imperio quedaba aún el ceremonial absurdamente ostentoso de que se rodean los déspotas.

Tal vez el imperio de los muertos fuese parcial y estuviera ya en decadencia. En otros tiempos mandaban como déspotas: esto era indudable. Ahora sólo dominaban en determinados lugares, perdiendo en otros para siempre toda esperanza de poder. En Mallorca aún gobernaban con mano fuerte: lo decía él, el chueta. En otros países, tal vez no.

Labarta, después de transcurridos doscientos años, no había llegado á perdonar á Felipe V, déspota francés que reemplazó á los déspotas austriacos.

Esa iniquidad no puede gravar la conciencia de la Francia revolucionaria; ella pesa sobre la memoria del déspota que, nacido de la revolucion, le volvió la espalda y oprimió al mundo con el peso de su espada. Es verdad, me contestó Mr. B...., pero la historia es la historia, y el vulgo confunde frecuentemente la obra de los déspotas con la de los pueblos.

Dejaba hacer a Celemín, como Dios deja hacer a los déspotas y tiranos, sabiendo que la voluntad y autoridad de ellos son inútiles, y que la providencia, el designio providente del autor, reside dentro de cada uno de los personajes que juegan el drama, a modo de ley fatal o ineluctable norma de acción.