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No tengo yo la culpa si ha muerto el verdugo de Cádiz... Vengan diez duros más, y entonces hablaremos. EL SACERDOTE. ¡Qué horror, Dios mío! Vaya, no sea usted... EL VERDUGO. No rebajo ni un real... EL VERDUGO. Compadre, ¿acaso mato yo sus animales? Cada cual a lo suyo. Venga ese cuchillo. LA MULTITUD. ¡Bravo! ¡muera el hereje! EL GITANO. Creí que esto era más doloroso.

Allí me tiene todos los primeros de mes, como un perro de presa... Mil duros me tiene allí, y no le cobro más que veintiséis todos los meses. ¿Que se atrasa? «Hijo, yo tengo un gran compromiso y no te puedo aguardar». Cojo media docena de capas, y me las llevo, y tan fresco... Y no lo hago por el materialismo de las capas, sino para que mire bien el plazo. Si no hay más remedio, señora.

Y agarraba un puñado de su sotana con los dedos crispados, como si quisiera rasgarla. Transcurrió un largo rato de silencio. Don Sebastián miraba al suelo con ojos duros, contrayendo sus manos como si quisiera agarrar a los invisibles enemigos. De vez en cuando sentía las punzadas de su enfermedad y suspiraba dolorosamente.

Mira dijo el otro sacando cuatro onzas y algunos doblones de un bolsillo grasiento. ¡Ah, marrajo! exclamó Aldama, mirando con brillantes y ávidos ojos el oro: dame siquiera una. Debo cuatro meses de casa y más de seis duros de prestado. Poco á poco: no hay que despilfarrar el tesoro del Rey dijo el Doctrino, guardándose majestuosamente en el bolsillo el erario revolucionario.

ANCHOAS. Con anchoas cocidas de antemano, huevos duros partidos a ruedas y trocitos de atún en escabeche, se hace una buena ensalada, que puede componerse también con salsa mayonesa.

Dinero tenía de sobra con los cinco mil duros ganados la noche antes, y la mina del tío Frasquito podía también muy fácilmente explotarse.

Fue la que nos prestó los ocho duros aquellos, ¿sabe? cuando la señora tuvo que sacar cédula con recargo, y pagar un poder para mandarlo a Ronda. Ya... la que venía todos los días a reclamar la deuda y nos freía la sangre. La misma. Pues con todo, es buena mujer. No nos hubiera reclamado por justicia, aunque nos amenazaba. Otras son peores.

Yo me muero de ésta, Juanito mío; estas cosas no son para . ¡Ay, Dios! ¡Cuánto cuesta criar a los hijos y sostener el rango de una familia! , hijo mío, sólo puedes sacar a tu madre de apuros.... ¡Tres mil duros...! ¿Sabes lo que es eso? Pues los tres mil duros he de tener a punto para el día siguiente de las Pascuas.

Yo, señorita... no qué decirla... La tengo tanta ley como si fuese de la familia... Y a don Juan, su padre, aunque sea un poco cascarrabias, lo mismo... Que sea cascarrabias o no, ¿a qué me importa?... Si me casara con usted, tengo casa, gracias a Dios... Y no es porque yo lo diga, pero mi casa vale más que la suya, eso bien lo sabe usted... Pero antes nos iríamos a viajear por Francia, por Italia, por Ingalaterra, por donde usted quisiera... Y si echábamos abajo cinco mil duros, ¡que los echáramos!

Ya no quedaban forajidos en las canteras que, con el vergajo en la mano, apaleasen en nombre del amo á los trabajadores rebeldes; ya no existía la tarifa de la carne humana, cotizándose las desgracias «veinte duros por un brazo, cuarenta por las dos piernas». Se asociaban los trabajadores establecidos en el país, creaban núcleos de resistencia, inspiraban cierto temor á los explotadores, logrando con esto que sus penalidades fuesen menos duras: pero aún faltaba la cohesión entre ellos, á causa del vaivén de la población minera, de aquel oleaje de hombres que se presentaba engrosado al comenzar el invierno y el hambre en las míseras comarcas del interior y se retiraba al llegar el buen tiempo con sus cosechas.