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En el fondo también a ella le causaba gran terror aquella escena imponente y procuraba alejarla de su pensamiento. María la reprendió duramente su negligencia, haciéndole ver la terrible responsabilidad en que incurría si su madre hubiese muerto. Marta comprendió que tenía razón y bajó la cabeza.

como dijo, quizá harto duramente, el austero y satírico poeta, sin hacer más que cortejar a mujeres livianas? ¿Por qué no te casas con una mujer honrada, de tu clase, y te formas una familia? A esta lluvia de preguntas contestó con mucho reposo el Condesito: Todas las excitaciones de usted, querida madre, son tan buenas, que yo las seguiría sin vacilar si de dependiera seguirlas.

Este capellán era un hombre bastante original. Miguel tuvo ocasión de conocerle muy bien, porque le mostró predilección desde el principio, aunque no dejaba por eso de castigarle duramente y a menudo; en los últimos años de la segunda enseñanza llegó a ser su favorito, y hasta le trajo a dormir a su mismo cuarto; le hizo algunas confidencias, y gustaba de charlar con él, o, más propiamente, murmurar del personal del colegio, lo mismo del masculino que del femenino.

El príncipe quedó inmóvil unos instantes. Luego avanzó hasta el borde del último escalón, pero sólo pudo ver un carruaje con la capota levantada, cuyos dos caballos emprendían el trote. ¡Y para llegar á esto había deseado con tanta vehemencia su encuentro con Alicia!... El despecho le hizo juzgarse duramente; no había sabido hablar.

Cuando lo crea necesario, haré lo que me dicte mi conciencia. Acercósele entonces Pepe y, poniéndole duramente la mano sobre el hombro, entrecortadas las palabras por una risa que era toda ira, repuso: ¡Líbrete Dios de semejante brutalidad! ¿Lo entiendes? No respondería de . Papá sufriría una emoción que acaso le costara la vida... y podría olvidárseme que eres mi hermano.

Después de haber amontonado montaña sobre montaña hasta las puertas del cielo, los titanes de la fábula no sintieron más duramente el rayo que los aniquilaba. El odio que la viuda sentía por la joven condesa desde el día en que había empezado a temerla se elevó súbitamente a proporciones colosales, como esos árboles de teatro que el maquinista hace brotar del suelo y subir hasta los frisos.

En esto entró la amable vecina, echó una ojeada al descarnado esqueleto cuyas angulosas formas dejaban adivinar los trapos que la cubrían. La cara parecía como fundida y achicada, pues la nariz afilada y las sienes hundidas dibujaban duramente sus líneas, y los párpados cerrados le daban una expresión de augusta calma y revelaban una belleza desaparecida hacía mucho tiempo.

Y por sobre todo esto, una suegra que le es hostil y le haría sentir duramente que se había presentado con las manos vacías. Sentí que una oleada de sangre me subía a la cara. Me ruborizaba, no por Marta ni por , pues yo era tan pobre como ella; me ruborizaba por él al oírle hablar así de su propia madre.

Pero pasando de la ternura a la cólera, con su vehemencia de impulsivo, se fijó en Fermín, como si hasta entonces, hablando de la fiesta, se hubiese olvidado de él. ¡Y no viniste! exclamó rojo de indignación, mirándole duramente. ¿Por qué?... Pero no hables: no mientas. Te advierto que lo todo. Y siguió hablando a Montenegro en tono amenazador.

Lo más probable es que, indignados justamente por ella, me recriminasen duramente y me prohibiesen la entrada en esta casa... Bien, cásate con ella... ¡y en paz! dijo Venturita poniéndose en pie un poco pálida. ¡Eso nunca! O me caso contigo, o con nadie. Entonces, ¿qué hacemos? No replicó el joven bajando la cabeza con tristeza. Ambos guardaron silencio unos instantes.