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Y no creo que haya motivo añadió el duque, mirándole de alto abajo y sonriendo de una manera que nos atreveremos á llamar triunfante ; no creo que haya motivo para que tan embozado, tan en silencio, y con un encubrimiento y un silencio tan inútil, vengáis á mi casa y pretendáis salir de ella; como os habéis tapado la cruz y el rostro con el ferreruelo, debiérais haberos puesto en cada pie un talego, á fin de tapar vuestros juanetes y disimular lo torcido de vuestras piernas; no digo esto por mortificaros, sino porque comprendáis que os he conocido, don Francisco.

Alcanzó, sin duda, hasta el siglo XVII, pues la dedicatoria de su Ejemplar poético al duque de Alcalá lleva la fecha de 30 de noviembre de 1606. Tales son los únicos datos biográficos, que de él se conservan.

Todos los sucesos de esta guerra que los Catalanes tuvieron con los enemigos del Duque, no hay Historiador que lo refiera sino solo por mayor, ni ha quedado memoria ni papel alguno de donde se pudieran sacar algo que ilustrára estos sucesos, que fueron sin duda muy notables, porque los enemigos con que se hizo eran poderosos en número, y valor.

Pero al acordarse de Quevedo, se acordó del duque de Lerma; al acordarse del duque de Lerma, recordó que para él le había dado una carta la abadesa de las Descalzas Reales, y que se la había dado de una manera urgente. Entonces hizo un paréntesis en sus imaginaciones, y dijo suspirando: Puesto que necesitamos vengarnos, es necesario servir á quien vengarnos puede.

Y yo necesito que el conde de Lemos vuelva. Entonces doña Catalina estará más contenida, porque un marido al fin es un marido, y, si pretende hacer algo, yo la haré callar. Del mismo modo haré que la duquesa de Gandía te sirva de cabeza. Conque ayudémonos resueltamente, duque, y no disputemos más.

Pero el duque retrocedió, y extendiendo al mismo tiempo sus manos convulsas, exclamó: ¡Fuera! ¡Fuera! ¡No te acerques! ¡Escucha, papá! ¡No te acerques, ingrata, perversa! repitió el duque con voz temblorosa y tono melodramático. Fuera de aquí, sin vergüenza. ¿Tiene usted valor para presentarse después de lo que ha hecho con su padre? chilló la malagueña animada por la actitud del viejo.

Aquellos dos estuches le recordaron que debía entregar á su sobrino, de parte del duque de Lerma, una cruz de Santiago, y que para servir al duque, debía entregar una gargantilla á la dama con quien pretendía entretener al príncipe de Asturias el duque de Uceda, y que se entretenía particularmente con don Juan de Guzmán. El amante de su mujer se le ponía otra vez delante.

Lo que es Miguel el Negro... continuó la muchacha arrostrando la indignación de su madre; pero en aquel momento se oyeron unos pesados pasos y una voz brusca preguntó, con acento amenazador: ¿Quién habla del duque Miguel con tan poco respeto y en sus propias tierras? La muchacha dio un ligero grito, entre atemorizada y risueña. ¿No me acusarás a tu amo, Juan? preguntó.

Viéndose en inminente peligro de perderla, ha apelado al medio de acusarla falsamente para evitar su casamiento con el duque de Rosena, y la mejor prueba de que la tiene por inocente es que él mismo la ha desposado.

¿En casa?... Jesús, hijito mío, y ¿qué te vas a hacer allí solo?... ¿Y si te da algo?... No, por Dios; ve con Leopoldina y vuélvete despacito. El duque de Bringas entró en el palco, y a poco llegó el tío Frasquito acompañando a su sobrina Valdivieso, que rebosaba, como siempre, entusiasmo y necedad, chismes y enredos.