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Esta vez, exclamó alegremente el soldado viendo alejarse al viajero, si atrapo el cáncer del fumador, no será con colillas... Y encendiendo voluptuosamente un cigarro de banquero, continuó su interrumpida ronda de vigilancia. Hacía un calor sofocante apenas dulcificado por la brisa del mar.

Perdóneme usted, señor conde, pero no creo tener que aprender los deberes que ya ejercía con honor cuando usted estaba en la cuna. dijo el conde un poco dulcificado; que es usted un antiguo amigo; pero hay cuestiones que no son de su competencia. Si se tratase de un acta notarial, en hora buena. No se trata de otra cosa declaró Hardoin sencillamente. Raúl se detuvo desconcertado.

Herminia y él estaban convencidos de que aquella atmósfera de pura alegría había dulcificado su corazón y de que se prestaría de buen grado á reconciliarse con Roussel.

De todo esto, canto y perfumes, brisa suave y mar dulcificado por el agua del plácido río, fórmase una armonía infinitamente agradable, aunque sin grande ostentación. La luna parecíame luminosa sin despedir gran claridad, las estrellas muy visibles, pero poco brillantes.

¿A quién se lo has oído? preguntó el caballero afectando calma, pero con el rostro contraído. ¡Calla, zángano, calla! ¡Si eres más cerrado que un cerrojo! ¿No te da vergüenza, grandísimo zote? Todos le recriminan duramente. Reynoso un poco dulcificado le dijo: Ni a ti ni a nadie puedo consentir que pronuncie una palabra que redunde en desprestigio de la señora.

En lo físico la transformación había sido también maravillosa: había crecido: sus formas antes flacas se habían redondeado, modelado, armonizado, dulcificado hasta lo infinito: se desprendía de ella tal fuerza de vida, su piel era tan intensamente blanca, tan sedosa, tan bellamente pálida, con una palidez nacarada; sus cabellos eran tan negros, tan brillantes, tan ricos, que su peinado parecía estar hecho por un escultor griego sobre ébano; las cejas negras y las pestañas negras también, espesas, convexas, dando fuerza con su sombra a su mirada, velándola, amortiguando su brillo; su boca pequeña, de color vivo, fresco y puro; el corte general de la cabeza, lo esbelto del cuello, lo redondo de los hombros, la altura virginal del seno, y los brazos que se veían entre los encajes de una bata de seda a listas, la suelta plegadura de esta bata que revelaba la ausencia de esos ahuecadores con que las raquíticas mujeres de nuestros días encubren la flacura de sus formas, todo esto la daba una fuerza de voluptuosidad irresistible, y para aumentar esta voluptuosidad, se desprendía de ella, de su expresión, de sus miradas, de su actitud, tal perfume de castidad, que era necesario creer que su cuerpo como su alma estaba virgen.

Sentía aún los efectos de un pastel misterioso, contrarrestados un tanto por un poco de ácido carbónico dulcificado que con el nombre de «limonada carbónica», me había servido el propietario del mesón de Medio Camino.

Conservaba aún gran vigor físico, y lo que es aún más raro, en los cabellos que le quedaban apenas se notaban las canas. Mientras duró la primer guerra civil, abandonó el rebaño y se fue a las provincias vascas a pelear con las armas en la mano por la causa del Pretendiente. Volvió al cabo de algunos años. Su carácter bravío no se había dulcificado mucho andando a tiros por los montes.

Quizás este antagonismo y contraste de ideales y aptitudes, dulcificado en la conversación por la urbanidad cortesana, fomentase en ambos, primero el trato y después el aprecio mutuo. No parezca el discurrir así entregarse a fantasías de la imaginación, pues se funda en suposiciones que tienen hechos por base; pero ¡qué hermoso debió de ser el encuentro de aquellas inteligencias!

El concepto que formaba doña Inés del universo visible y de cuantas cosas hay en él y en él se sustentan, era concepto más pesimista que el del propio Schopenhauer; pero el de doña Inés estaba dulcificado por dos potencias benéficas y fecundas que había en su alma. Ella podría ser, o era, más o menos pecadora.